_
_
_
_
Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El descaro y la ingenuidad de África

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

"Tal vez, no entendemos bien el sentido de la pregunta". Con este argumento, el pintor zaireño Cheri Samba justificaba la falta de concreción con que los artistas africanos responden a las cuestiones planteadas por la crítica de arte occidental. Cien años después de que los artistas de las vanguardias se fascinaran ante las máscaras africanas, Europa sigue importando material artístico del continente negro. Pero ¿cómo son recibidas esas producciones actuales del arte africano? En España, apenas se conoce la obra de una veintena de artistas, que se han podido ver en las contadas exposiciones organizadas hasta ahora. Entre ellas, la que mostró el CAAM en 1992, también como en esta ocasión, con los fondos pertenecientes a la colección Pigozzi.

100% ÁFRICA

Museo Guggenheim

Avenida de Abandoibarra, 2

Bilbao

Hasta febrero de 2007

Más información
Otro mundo bajo el mismo cielo

No ocurre lo mismo en Francia, donde las creaciones africanas provocan grandes polémicas. Las suspicacias sobre si deben ser consideradas arte, o no, y cuáles deben ser los criterios a seguir en la selección de los artistas, no son nuevas. Constituyen un capítulo más del monolitismo intelectual que rechaza todo lo que no se adecua a su lenguaje y a sus valores. Cuando apenas el arte tradicional africano acababa de encontrar su sitio en los museos de arte, después de un limbo iniciático por los museos antropológicos, la exposición del Centro Pompidou Magiciens de la Terre (Magos de la tierra) reactivó, en 1989, una discusión que aún no ha terminado. Sus responsables -entre los que se encontraba André Magnin, el comisario de 100% África- tenían el objetivo concreto de parangonar las creaciones de artistas procedentes de muy diferentes culturas y tradiciones con el arte consagrado por las instituciones respetables de Occidente. Los requisitos infringidos o, simplemente, eludidos por esas producciones y la resistencia de cierta élite del arte internacional a admitir esa transgresión -tan celebrada cuando procede de los artistas occidentales- despiertan más que sospechas acerca de quiénes, en ese encuentro intercultural, contaban con mayores constricciones conceptuales, llámense tabús.

Los artistas africanos tienen problemas para entender las preguntas porque, a diferencia del arte moderno occidental, obsesionado por la esencialidad del arte y del arte posmoderno, ejercitado en la especulación, en África el arte está integrado, sin reservas, a la existencia cotidiana. Tampoco contestan con la precisión exigida porque, como enunciaron nuestras teorías de la percepción a principios de siglo, la forma despierta una complejidad de estímulos sensoriales y mentales que no pueden ser analizados por separado.

La ausencia de una tradición escrita ha influido decisivamente en su inmediatez para entender el momento tal y como se presenta, y para incorporar a su obra todo tipo de contaminaciones culturales. Eso les permite carecer de prejuicios y manifestar una eficacia formal envidiable, para reciclar los materiales de desecho que están inundando sus poblados, en versiones actuales de las tradicionales máscaras, tal como hacen Calixte Dakpogan y Romouald Hazoumé, o para transmitir mensajes precisos acerca de la forma en que África responde a los problemas que afectan a su propia comunidad como reflejo de la política externa, en el caso de los congoleños: Chéri Chérin, Moke, Bodo, Pathy Tshindele y Chéri Samba.

El arte africano no ha resuel

to los problemas relativos a su identidad entre un pasado desaparecido violentamente y un presente agresivo que se impone desde la corrupción interior con tentáculos internacionales. Pasados los primeros momentos de optimismo de las sociedades africanas recién independizadas, aquel mimetismo inicial con la modernidad colonial, que tan bien reflejan las fotografías de Seydou Keïta, de Malick Sidibé, del congoleño Depara y del anónimo autor de la serie reunida bajo el apelativo Paramount Photographers, se ha transformado en una actitud crítica. Romouald Hazoumé insiste en la importancia del artista para recordar a la comunidad africana quién es, cómo África puede incorporarse a la historia sin perder la conciencia de sí misma y su aptitud asombrosa para la creación. "El siglo XXI pertenece a los creadores", escribe en uno de sus cuadros Chéri Chérin. El pintor Moke en otra pintura no duda en incorporar su número de teléfono, con intenciones publicitarias obvias.

Descaro o ingenuidad no son dos actitudes excluyentes en este arte que desbarata bastantes de las hipocresías occidentales y se da prisa en interpretar las actuales tensiones de África, contando con un pasado artístico de 7.000 años, y con una esperanza de vida que no ofrece tiempo para demasiadas disquisiciones intelectuales.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_