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Reportaje:

Afganistán, el retorno de los talibanes

Las tropas españolas se enfrentan a su misión más peligrosa casi cinco años después de llegar a Kabul

Miguel González

"Hace seis meses, me dijeron que había 300 talibanes en armas. Una cifra ridícula. ¿De dónde han salido todos los demás?", reflexiona en voz alta un responsable del Ministerio de Defensa.

Según el informe remitido por el secretario general de la ONU, Kofi Annan, al Consejo de Seguridad, el pasado 11 de septiembre, más de 2.000 personas, al menos la tercera parte civiles, han muerto en enfrentamientos en Afganistán en lo que va de año, tres o cuatro veces más que en 2005. Los incidentes armados han pasado de menos de 300 a cerca de 500 al mes y los ataques suicidas de 17 en todo el año pasado a 65 en los ocho primeros meses de 2006. "La insurrección", agrega Annan, "abarca un extenso territorio en forma de arco desde la provincia de Kunar en el este hasta la de Farah en el oeste". Farah es la más meridional de las cuatro provincias en las que operan los 700 soldados españoles adscritos a la Fuerza de Asistencia para la Seguridad (ISAF).

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Fue a 63 kilómetros de Farah donde el pasado 8 de julio murió el soldado español de origen peruano Jorge Arnaldo Hernández Seminario, al estallar una mina anticarro, con unos cuatro kilos de explosivo, al paso de su Vamtac (Vehículo de Alta Movilidad Táctica), según explicará hoy en el Congreso el ministro de Defensa, José Antonio Alonso.

El Estado Mayor de la Defensa ha dotado con inhibidores a sus blindados, tras constatar que los talibanes utilizan mando a distancia para activar algunos artefactos, y es posible que esta medida salvara la vida el 18 de septiembre a los miembros de una patrulla de la Brigada Paracaidista que vieron cómo estallaba una bomba entre dos vehículos, cuando circulaban por la misma provincia.

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En cambio, fue el blindaje lo que evitó, el pasado 14 de agosto, que se repitiera casi literalmente la tragedia vivida en noviembre de 2003 en Irak, donde siete agentes del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) fueron abatidos a tiros en una emboscada.

Según ha podido reconstruir EL PAÍS, dos todoterreno camuflados del servicio secreto viajaban ese día a 30 kilómetros al sur de Farah. A bordo de cada uno iban tres personas, incluido un boina verde que hacía de escolta. El vehículo que circulaba detrás fue adelantado por un coche que, a los pocos metros, se detuvo en seco y del que se bajaron cinco hombres ataviados con largas túnicas. Sin darles tiempo a reaccionar, sacaron sus Kaláshnikov y empezaron a disparar.

Más de 20 proyectiles se incrustaron en las lunas delantera y trasera, en las ventanillas del lateral derecho y en la carrocería del Toyota Land Cruiser. Los cristales quedaron astillados, pero no se rompieron, según puede observarse en la fotografía.

Aunque iban armados, los agentes españoles optaron por no responder al fuego. Aceleraron y pasaron a toda velocidad junto a los atacantes, que se echaron a un lado. En total, el incidente no duró más de 15 o 20 segundos. Ninguno de los disparos dio en los neumáticos, por lo que el vehículo pudo seguir circulando.

Quizá no fuera casualidad. Las fuentes consultadas creen que los asaltantes eran forajidos y que su objetivo no eran los agentes secretos españoles (cuya nacionalidad y condición probablemente desconocían) sino su vehículo. Por eso dispararon a los cristales; para no dañarlo. Bandidos, talibanes, señores de la guerra, narcotraficantes y mercenarios forman en Afganistán un cóctel explosivo difícil de desactivar.

¿Cuál era la misión de los agentes del CNI? Uno de los cometidos del centro de inteligencia, según fuentes gubernamentales, es asegurarse de la fidelidad de líderes locales y tribales, algunos de ellos dueños de verdaderos ejércitos privados, que colaboraron en su día con el régimen talibán y han sido tentados para cambiar de nuevo de bando.

La respuesta al responsable de Defensa, que se preguntaba de dónde habían salido tantos talibanes, la ofrece un experto: "No es que los talibanes hayan vuelto. Es que nunca se marcharon". En Afganistán, las alianzas se hacen y deshacen según la dirección del viento y lo preocupante para la comunidad internacional es que, en estos momentos, muchos piensen que vuelve a soplar a favor de los talibanes.

De hecho, las sospechas apuntan a un notable de la actual Administración afgana, apoyada por Occidente, como responsable último de haber ordenado el atentado que acabó con la vida del soldado Monasterio.

Incluso en la provincia de Badghis, donde actúa el Equipo de Reconstrucción Provincial (PRT) español, que se ha ganado las simpatías de la población instalando el primer tendido eléctrico o reconstruyendo el hospital de Qal-i-Naw, la capital, se han multiplicado los incidentes. Dos afganos que trabajaban para una ONG fueron asesinados el 28 de agosto y los soldados españoles repelieron a tiros el 21 de septiembre el ataque a un control de policía.

Pese a ello, fuentes de Defensa aseguran que la ofensiva de la OTAN en el sur del país no ha provocado, como se temía, un desplazamiento de los grupos talibanes hacia el oeste. Al menos, no de modo significativo. Aunque es difícil garantizarlo dada la inmensidad del territorio: sólo la provincia de Badghis, en la que la presencia occidental se limita a 190 soldados españoles, dobla en extensión a todo Líbano.

El pasado verano, los soldados españoles desplegados en Herat se despertaron en dos ocasiones sobresaltados por los cohetes que volaban sobre sus cabezas. En teoría, no iban dirigidos contra ellos, sino contra la vecina Academia de Policía. Los autores serían agentes afganos despechados con sus ex compañeros. Por si acaso, en la base de Herat se han construido refugios fortificados con sacos terreros.

Todos estos incidentes han servido al ministro Alonso para resistirse a las presiones, reiteradas durante la reciente reunión informal de ministros de Defensa de la OTAN en Eslovenia, de quienes pedían que las tropas españolas acudieran al sur, donde se libran los combates más feroces. "No tiene sentido desvestir a un santo para vestir a otro", alega un mando militar. Lo único que ha admitido España es que sus helicópteros se desplacen a Farah para evacuar a los heridos o que el avión C-295 haga vuelos a Bagram, al norte de Kabul.

Las difíciles condiciones en que tiene que operar este aparato han deparado más de un susto. El pasado 16 de agosto se rompió parte del tren de aterrizaje cuando tomaba en la pista de tierra que sirve de aeródromo en Qal-i-Naw, como se aprecia en las fotos que ilustran esta página. El incidente obligó al Ejército del Aire a sustituir el citado avión, después de conseguir sacarlo de la pista, para dejarla expedita, y reparlo, para que pudiera volar.

Y es que los riesgos de Afganistán no se aprecian siempre a primera vista. Así les pasó a los militares españoles que, cuando revisaban rutinariamente uno de sus helicópteros en Herat, descubrieron un orificio en el fuselaje: era un disparo del que nadie se había apercibido hasta entonces.

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Sobre la firma

Miguel González
Responsable de la información sobre diplomacia y política de defensa, Casa del Rey y Vox en EL PAÍS. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1982. Trabajó también en El Noticiero Universal, La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. Experto en aprender.

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