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Reportaje:70º Aniversario de la constitución del primer Gobierno vasco

Entre el púlpito y Paulino Uzcudun

La vida de Euskadi en octubre de 1936 se movía entre los contrastes del republicano Bilbao, la amenazada San Sebastián y la franquista Vitoria

Si se rastrea en los puntos comunes que mantenían Álava, Guipúzcoa y Vizcaya en aquel otoño de 1936 habría que remitirse al concepto de púlpito. El púlpito de las iglesias y el de las ondas hercianas. El País Vasco fue uno de los escasos territorios en los que se respetó a la iglesia católica y, a pesar de la tensión que se vivía en la única capital leal a la República, Bilbao, las iglesias mantuvieron sus oficios con normalidad. Y la radio era, sin duda, el medio de comunicación imprescindible para conocer lo que sucedía en el resto de España, el avance y retroceso de los frentes, y también una herramienta utilizada por la poderosa quinta columna que alojaba la capital vizcaína.

La Euskadi de los años treinta, que no llegaba al millón de habitantes, gozaba de una notable calidad de vida
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Porque, frente a la dura represión que los alzados contra la República estaban llevando a cabo en Álava y Guipuzcoa, en Vizcaya sus representantes reconocidos vivían con cierta tranquilidad, aunque con adaptaciones indumentarias. Por ejemplo, el sombrero había desaparecido, sustituida por la más popular boina o txapela. Y en el resto del vestir se procuraba la discreción, aunque fuera dentro del buen gusto burgués ya consolidado en las capitales.

La sociedad vasca de los años treinta, que no llegaba al millón de habitantes, gozaba de una notable calidad de vida con respecto al resto del país. Las carreteras eran las mejores de España, en opinión del periodista británico George Steer, conocido por su libro Crónica desde Guernica. Y la cocina vasca ya gozaba de merecida fama: en San Sebastián, su hostelería (que pasó a atender a los dirigentes republicanos, después de que Alfonso XIII marchara al exilio) bebía de la tradición parisina. Y, para hablar de los restaurantes bilbaínos, qué mejor que un fragmento del escritor y periodista argentino Roberto Arlt que envió unas crónicas desde el País Vasco en 1935. Viajaba desde Santander a Bilbao en el tren cuando unos pasajeros le preguntaron: "¿Usted ha comido alguna vez en Bilbao?". "No", les responde Arlt, a lo que replican los viajeros: "Pues cuando coma en Bilbao, se volverá loco".

Lo cierto es que la huerta y la ganadería vascas gozaban de merecida fama, al igual que los vinos de la Rioja alavesa que llegaban a las alhóndigas de las distintas capitales. Otra cosa es que lo que se servía en las tabernas distara mucho del original, como recogen numerosas anécdotas, canciones populares y chistes de aquellos años.

La atracción de las zonas industriales había acelerado el éxodo rural, aunque también hubo lugares en loss que se combinó el caserío con el trabajo en la fábrica, como el Alto Deba o el valle de Arratia, gracias al tranvía.

La familia tradicional era el pilar básico de la sociedad y verdadera red solidaria, a falta de una asistencia pública y otras ayudas sociales. Eso sí, la República había traído aires frescos en las relaciones y en aquel tiempo el porcentaje de los que se casaban por amor era notable. Lo del amor libre ya no estaba tan bien visto. Sólo los anarquistas lo defendían, así como el nudismo y la medicina naturista. Uno de sus principales promotores fue el médico alavés Isaac Puente, al que los sublevados le quitaron la vida, a pesar de que era un hombre apreciado en Álava. Su cuerpo todavía no ha aparecido.

Fue este territorio el único del País Vasco en el que la sublevación fascista salió adelante sin problemas. Inmediatamente, desapareció cualquier expresión de pluralidad política, como lo hicieron la bandera tricolor y el himno de Riego. Un rigor tremendo se impuso en la vida cotidiana, a cambio de ciertas mejoras en la alimentación, que en el resto del País Vasco comenzó a empeorar. En Bilbao, todavía se recuerdan los garbanzos mexicanos, ingrediente casi único durante aquellos meses, que llegaron en un barco pocos días antes de comenzar la contienda.

En este aspecto, lo común en todas las casas de Euskadi fue la obsesión por acaparar alimentos, sobre todo, cuando se vio que el conflicto iba para largo. Las fiestas y bailes se mantuvieron (en Vitoria, bajo la estricta vigilancia de los curas), pero el cine era sin duda la diversión predilecta, con 63 salas en Vizcaya, 56 en Guipúzcoa y 11 en Álava.

Hay señas de identidad que no han cambiado en estas décadas: el mus era el juego de cartas preferido y entre los deportes triunfaban el fútbol, el ciclismo y la montaña, aunque también gozaba de predicamento el boxeo, gracias a los triunfos de Paulino Uzcudun. Quizás uno de los escasos mitos que unió a uno y otro bando.

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