El arrepentimiento del atroz Vlok
El ex ministro de la policía surafricana lava los pies a víctimas del 'apartheid'
Podría uno concebir que de aquí a 20 años George Bush, preparándose para rendir cuentas ante su Creador, se presentara en casa de la madre de uno de los niños víctimas del Ejército de Estados Unidos en Bagdad a pedir perdón? ¿Y que, imitando a Cristo, se arrodillara ante ella y le lavara los pies? Difícil. Bajo la interpretación que el presidente de Estados Unidos parece hacer de la fe cristiana y de la constante apelación a Dios y a la patria no hay nada que perdonar. Así lo entendía Adriaan Vlok a finales de los ochenta y principios de los noventa, cuando ocupaba el cargo de ministro de Policía en Suráfrica. Escuadrones de la muerte bajo su mando asesinaron a docenas de opositores del régimen del apartheid; colocaron bombas en sus casas y oficinas; los torturaron; los hicieron desaparecer. La policía encarcelaba a miles de militantes, sin cargos ni juicio, al estilo de Guantánamo y las prisiones norteamericanas en Afganistán e Irak.
La policía secreta intentó asesinar al reverendo Chikane a finales de los ochenta. Para ello salpicaron de veneno la ropa del religioso
Vlok es el único ministro del antiguo régimen que compareció ante la Comisión de Verdad y Reconciliación, presidida por el arzobispo Tutu
Pero ahora, en una época en la que precisamente en España se están revisando los crímenes del pasado con inusual intensidad, Vlok (pronunciado Flok) se ha embarcado en una cruzada de contrición, clamando desde lo alto contra los pecados del antiguo régimen y humillándose, desde lo más bajo, ante sus víctimas.
Vlok, de 69 años, se postró en agosto ante el director general de la Presidencia surafricana, el reverendo Frank Chikane, y le lavó los pies. Hizo lo mismo poco después con las madres de 10 jóvenes negros que la policía secuestró, torturó y mató -algunos murieron quemados vivos- en 1986. Ha dado entrevistas a los medios y hablado en iglesias cristianas, tanto negras como blancas, siempre transmitiendo el mismo mensaje: "Lamento el sufrimiento que he causado. Ruego que me perdonen".
La policía secreta intentó asesinar a Chikane a finales de los ochenta, cuando era secretario general de un organismo anti-apartheid llamado el Consejo de Iglesias Surafricanas. El método fue particularmente cruel: veneno salpicado en la ropa del reverendo. Los agentes de Vlok fracasaron en el intento, pero tuvieron más suerte al hacer explotar una bomba en el lugar donde Chikane trabajaba, la sede del consejo de las iglesias, en Johanesburgo.
Chikane, hoy asesor de confianza del presidente Thabo Mbeki, dudó dos meses antes de permitir que su viejo enemigo fuera a verle a la casa de gobierno de Pretoria. Cuando se conoció la noticia del encuentro y el hecho de que Vlok se había postrado ante Chikane y le había lavado los pies, los columnistas de prensa se dividieron entre los que felicitaron a Vlok por su valentía moral, los que se partieron de risa y los que argumentaron que había sido too little, too late (demasiado poco, demasiado tarde). Pero a Chikane el gesto le conmovió, como reveló cuando apareció con Vlok el mes pasado en una iglesia de Soweto. "El hecho de que Vlok viniera a confesarse conmigo y de que esté hoy aquí entre nosotros es un milagro", dijo Chikane a los feligreses. Después, Vlok, sentado en la primera fila de la iglesia con la esposa de Chikane, tomó la palabra e impresionó al público con la sinceridad de su discurso. "Me sentí tan agradecido", dijo Vlok, recordando el encuentro con Chikane en Pretoria. "Lloré. Había lágrimas en sus ojos también. Le miré a los ojos y vi amor. Entonces, él rezó por mí".
Dirigiéndose a los que estaban reunidos en la iglesia -gente negra, toda- como sus "hermanos y hermanas", Vlok dijo: "Lamento lo que habéis tenido que sufrir. Estábamos librando una guerra aquí, en Soweto". Vlok terminó volviéndose una vez más a Chikane. "Doy gracias a Dios", le dijo, "por impedir que le matara".
Vlok es el único ministro del antiguo régimen que compareció ante la Comisión de Verdad y Reconciliación, presidida a mediados de los noventa por el arzobispo Desmond Tutu. Confesó ahí algunos de sus crímenes, pero su conciencia le exigió más penitencia. Por eso lavó los pies a las madres de los 10 jóvenes asesinados por una unidad secreta dedicada a acabar con los enemigos del régimen racista. Como ha sucedido casi con la totalidad de la población negra surafricana -empezando por Nelson Mandela, que pasó 27 años en la cárcel-, las madres de las víctimas aceptaron el perdón del blanco. "Le recibimos porque vimos que se acercó a nosotras de manera sincera, sin orgullo", dijo una madre.
A imitación de Jesucristo
EN SURÁFRICA, un país en el que la mayoría de la gente es cristiana y practicante, el escepticismo de algunos comentaristas ante los gestos de Vlok no ha calado muy hondo. El presidente Mbeki, que por otro lado no tiene fama de creyente, interpretó lo que hizo Vlok como un ejemplo singular de la potente lección de reconciliación que el país ha dado al mundo a lo largo de la última década.
"Para demostrar su penitencia y remordimiento, y la sinceridad de su disculpa, decidió emular a Jesucristo", declaró Mbeki, señalando que el dirigente de la antigua política de terrorismo de Estado no sólo había condenado el apartheid, sino que se había humillado ante personas que en otros tiempos consideraba como infrahumanas. Mbeki, cuyo país es más estable y más democrático hoy que en ningún momento de su historia, comentó: "Adriaan Vlok ha transmitido el mensaje de que juntos debemos construir una sociedad nueva definida por la esperanza y la humanidad. Como surafricano, me siento orgulloso y fortalecido por las palabras y las acciones de Vlok".
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