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Columna
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Cómo dejar de verlo todo negro

Unos cuatro millones de españoles sufren depresión. La depresión en sentido estricto puesto que el malestar llamado soezmente depre dicen padecerlo prácticamente todos los ciudadanos vivos.

La depre o sucedáneo vulgar del mal depresivo se relaciona tanto con las condiciones generales de la sociedad (la ansiedad, el estrés, el desamor, el e-mail, la hipoteca, el móvil) que resultaría inconveniente no presentarse como un personaje penetrado por nuestro tiempo. Aunque también poseído de un mal anímico capaz de repercutir sobre el rendimiento profesional, la productividad sexual y las continuas relaciones públicas ¿quién puede asegurar que no empuje hasta el borde del rechazo social y hasta el despido?

A simple vista, casi todas las semanas del año se han dotado de un día más o menos desagradable que celebrar. Ni los domingos ni las fiestas religiosas mantienen su antigua y feliz categoría trascendente mientras el calendario laico, al estilo de la Revolución Francesa, ha instituido incontables fechas de oscuro contenido humano. De este modo, más que venerar santos y vírgenes azucaradas para obtener su bendición, la celebración de jornadas como el Día Europeo de la Depresión nos transmiten un repetido y pésimo concepto de nuestras vidas. A la participación en onomásticas divinas sigue una sarta de fechas graves o gravísimas, desde la malaria a la pobreza extrema, encaminadas a incrementar nuestra conciencia sobre los diversos aspectos del dolor.

En el caso del día de hoy se trata de memorizar continentalmente la expansiva experiencia de la tristeza moderna. Un estado triste que aboca inevitablemente a la desgana, una desgana que aumenta la rémora y una rémora vital que extiende la languidez hasta la misma vecindad de la parálisis. Llegado hasta ese punto de relativa invalidez el deprimido necesita asistencia médica pero el depre que remeda al enfermo verdadero se cree autorizado a demandar misericordia. Pedir algún socorro ya que se siente, en su parecer, hundido.

La paradoja, no obstante, consiste en tanto en la oficina, en el transporte público o en la cena de matrimonios, el depre se manifiesta como un virus atufante que intensifica el fastidio colectivo y su descrédito personal. El depre persigue la estima a través de su disminución, la oportuna bondad mediante su abandono, la diligencia a través de la negligencia y todo ello redondeando una pose narcisista de ínfima calidad.

Quien se inviste depresivamente de este modo denota flaqueza espiritual porque aun en los casos más graves de depresión auténtica los psiquiatras o especialistas suelen hallar un resto de voluntad sano para emprender la cura. "Dejar de verlo todo negro es posible", reza el lema de este año. Cualquier cosa parece posible cuando se ha descendido hasta el mismo fondo. Así todo aquel que se enferma de la depre debería ensayar a deprimirse todavía más y más porque al conseguirlo verificaría que su voluntad determina el grado de su ahogo. ¿Por qué entonces no elegir la flotación?

Mientras la depresión nos posee, la depre nos pertenece y sólo para ellos vale plenamente el eslogan de hoy. Otros muchos deprimidos auténticos, exógenos o endógenos, no pueden, no obstante, consigo mismos porque literalmente llegan a pesarse tanto como para no flotar. ¿Volar? Enrique Rojas que lanza ahora un libro titulado Adiós a la depresión, sugiere como meta la búsqueda de una "felicidad razonable".

Ni poca ni mucha felicidad. Sólo la dosis apropiada para no ser arrollado por lo aciago y la suficiente para mantener alzado un velo ante las peores figuras de la desdicha. ¿Expenderán píldoras para conseguir este punto G del alma? ¿Se logrará alcanzar un nivel de metabolismo que no dañe la armonía basal? Algo nos dice que los tiempos más vehementes desaparecen y que tanto la desgracia, el gozo o la orgía van siendo cercados con su particular medicina y su día especial.

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