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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Mudanza en Viena

Austria es un pequeño país alpino que a menudo ha hecho historia, y que muchas veces ha dado sorpresas no siempre agradables. Lo sucedido en las elecciones legislativas del pasado domingo no entra en esa categoría de grandes sobresaltos. Cierto es que el Partido Popular (ÖVP) del canciller Wolfgang Schüssel ha sufrido un descalabro tan inesperado como tremendo al perder más de ocho puntos. Ha sido tan sorprendente como que el líder del Partido Socialdemócrata (SPÖ), Alfred Gusenbauer, el dirigente menos carismático del partido del legendario Kreisky, sea ya virtual canciller pese a su muy modesto resultado del 35,7%, apenas un punto y medio más que su rival democristiano.

Aunque aún no se sepa qué tipo de Gabinete presidirá este funcionario socialdemócrata que es Gusenbauer, un hombre respetado y respetuoso, paciente, pragmático y muy moderado, todo hace pensar que Austria volverá a su larga tradición de la gran coalición bajo la que algunos tienden a olvidar que el país cosechó sus mayores glorias de prosperidad y acuerdo social. Los ultraderechistas, Haider en particular, que tanto escándalo produjeron cuando entraron en el Gobierno de coalición con el ÖVP en 2000, son ya anécdota con ocho diputados y los liberales, surgidos del mismo tronco pero sin ínfulas populistas nacionales, han aumentado su porcentaje al igual que los Verdes en poco más de un punto.

Los resultados no revelan nada dramático pese a la caída libre de Schüssel, que se equivocó más en campaña que en la forma de gobernar, y a unos socialdemócratas tan poco sectarios que han sido elegidos por el electorado para dirigir una coalición que siga modernizando con radical suavidad el Estado austriaco, con su peculiar sistema heredado de la posguerra, al que se llamó con sorna "el más bolchevique de los sistemas democráticos", y que hoy es cada vez más ejemplo de flexibilidad, atracción para la empresa y creación de empleo incluso frente a Alemania, su gran hermano y vecino gigante.

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Entre los síntomas negativos, la baja participación electoral paradójicamente se explica con la prosperidad generada por las últimas dos legislaturas. Ni el canciller saliente es un fracasado ni el entrante puede generar triunfos lejos de los caminos pisados por su antecesor. Austria, con su estabilidad y crecimiento envidiable, es también ahora en el cambio un síntoma de normalidad. Todos aceptarán la gran coalición como aceptarían también otras soluciones posibles pero más remotas.

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