Divagaciones
La barra estaba animada esa mañana, con los vetustos contertulios mostrando la epidermis acartonada y tostada por el sol y los aires veraniegos. Alguien administrando con parquedad el único dry martini que su páncreas le toleraba, nos sorprendió con una inesperada declaración: "Si queréis que os diga la verdad, no sólo no me importaría, sino que sería feliz si nos uniésemos a Portugal". No era un exabrupto, ya que veníamos leyendo algunas novedosas noticias sobre el tema, en la prensa. Comúnmente se acepta que nuestros vecinos experimentan animosidad hacia nosotros, generalmente no correspondida. Personalmente tengo un recuerdo imborrable de mi primera visita a Lisboa, el año 1936, llegado a su puerto, procedente de Hamburgo en las primeras semanas de nuestra Guerra Civil. Era preciso aguardar uno o dos días la autorización para cruzar la frontera y procuré distraerme visitando la entonces vigente Exposición Mundial. Lo ignoraba todo sobre Portugal, salvo la figura admirada del guerrillero Viriato, sin que sirva de excusa otra cosa que mis pocos años.
He leído en un periódico que españoles y lusitanos navegamos de nuevo
El recinto contaba en su entrada con la reproducción de una tienda de campaña medieval, en la que lucían los gallardetes y se hacía mención a diferentes acontecimientos de la época. Me llamó la atención, y aún recuerdo un arma de madera cuya descripción al pie no me fue difícil descifrar. Era la maza con la que una panadera de Aljubarrota había machacado unos cuantos cráneos españoles en la ocasión. Luego, he visitado aquel país en otras ocasiones, la última no hace dos años y de la primera Lisboa, polvorienta y agobiante -era el mes de agosto- no quedaba nada, sino una bellísima ciudad moderna, limpia, verde, mirándose en el amplio estuario del padre Tajo. Subían renqueantes tranvías y sacaban al solo sus veladores los cafés que recuerdan a Pessoa, pero sospecho que son generosidad sentimental del Ayuntamiento. Hacia poniente, la inmensidad de la mar Atlántica.
"Nos iría mucho mejor a todos", continuó el ex alcohólico, "y mejor aún a nosotros que a ellos. Si nos dejamos de debates estériles y los vascos se quedan con su segregación de España, dependientes, por ejemplo de la subprefectura de Bayona y que algunos catalanes sean felices bajo la suave dirección de un Honorable Residente General, con oficinas en Perpiñán, dispondríamos de lo que incluye el espacioso arco litoral, desde Cantabria -que fue cabeza de Castilla- hasta el reino de Valencia del rey Jaime el Conquistador. Si se perdiesen o extraviasen las Baleares, ganaríamos las Azores que fueron españolas en otro tiempo, arrebatadas a los franceses ("El fiero turco en Lepanto / en la Tercera el francés..."). En el capítulo de las ventajas, no olvidemos el idioma portugués, que hablan fraternalmente los gallegos y que no es más difícil que el catalán y mucho menos que el vascuence. Por cierto, ya querrían muchos españoles, entre otros los políticos, expresarse en castellano con la corrección gramatical y literaria de Otegi, Ibarretxe y otros campeones independentistas. Aprendiendo como idioma gemelo el portugués, nos acercaríamos a más de 200 millones de seres que lo hablan, cifra notoriamente superior al bilingüismo enaltecido en esas regiones.
"Ante el hecho", continuó, "de que no les caigamos simpáticos a muchos vecinos, quizá por nuestro carácter jactancioso y un orgullo carente de justificación, está la certeza de que los recelos se disipan con gran rapidez una vez establecido el contacto. He leído en un periódico asturiano la reconfortante nueva de que españoles y lusitanos navegamos de nuevo, según los señores Ruiz Azevedo y Fermín Rodríguez, directores portugués y español de la Universidad Internacional del Mar. Una consigna de los viejos y notables tiempos rezaba que navegar es necesario. Un total de 104 estudiantes y profesores de ambos países ha vivido, de nuevo, una recurrente aventura que comunica a Lisboa con la Villa de Avilés, renovando una memoria histórica satisfactoria, cuando el mundo se agrandó franqueando el Cabo de Buena Esperanza y descubriendo América".
El viejo bebedor estuvo perorando aún largo rato. El sentir general de quienes poco o nada esperamos ya lo resumió el más silencioso. "No está mal la idea, chico. Me apunto". La mañana del otoño madrileño era esplendorosa.
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