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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Enric Granados

En la esquina de la Diagonal con la calle de Enric Granados hay una placa en la que puede leerse: "Carrer d'Enric Granados, Lleida-1867, En Mar 1916, compositor i pianista". Una lectura precipitada de la placa invita a creer que "En Mar" es algún municipio del litoral, pero no. Se trata del sustantivo que describe la inmensidad de agua en la que Granados protagonizó, junto con su esposa Amparo, un naufragio mortal. Si buscan en la calle que lleva su nombre algún rastro de ambos, fracasarán. Aquí el nomenclator no responde a ninguna referencia objetiva. Eso no quita para que sea una de las calles más agradables del Ensanche y que tenga, si uno afina un poco la imaginación, una atmósfera parecida a la que sugieren algunas partituras de Granados. La calle tiene cierta simetría, ya que tanto en su comienzo sur como en su desembocadura norte hay una zona peatonal de bancos, ideal para ver pasar el tiempo.

También es un buen sitio para sentarse a leer, pongamos, la biografía escrita por John W. Milton (El rossinyol abatut) de la vida apasionada de Granados. A mi lado, un estudiante con los auriculares puestos repasa unos apuntes de derecho procesal y, de vez en cuando, responde a su teléfono móvil, en una clara demostración de que la enseñanza del futuro será interactiva o no será. La biografía consigue aislarme del exterior y acabo reviviendo el naufragio del Sussex, tocado y hundido en plena guerra europea. Una muerte tan trágica no ha conseguido desvirtuar la vida (y la obra) de un artista romántico y popular, que practicó la enseñanza en la famosa academia (en la calle de Girona) que llevó su nombre y en la que conoció a algunas de sus amantes-alumnas.

El paisaje es variado: joyerías, antigüedades, cervecerías, la pollería Manolita (en la que me enteré de que Barcelona sería la sede de los Juegos Olímpicos de 1992), pizzerías de autor, una tienda de muebles de estilo colonial (que ocupa el espacio que liberó la sinpar empresa Mobles 114) e incluso un gimnasio, el Salter, con un lema que no sé si seduce o disuade: "Tu cuerpo, la mejor recompensa" (el mío, seguro que no). La arquitectura de los edificios depara algunas agradables sorpresas y los bajos alojan comercios y empresas tan diversas como El butano popular (un bazar mezcla de droguería y ferretería muy apreciado en la zona), una tintorería, una agencia de publicidad (DDB), el periódico Avui, una coctelería de nombre literario (Hemingway) o el restaurante Ponsa, en el que durante años almorzaba Pere Gimferrer. En los últimos años se han añadido al paisaje un par de hoteles (el Granados y el América) que le dan un toque cosmopolita, y un pequeña tienda de vinos franceses, La part dels àngels, regentada por un joven muy eficaz, obsesionado en recomendar buenos vinos a un precio razonable.

A medida que uno avanza hacia el sur, aparecen elementos más jugosos: restaurantes de fusión entre pacífico y mediterráneo, floristerías (una de ellas incluso se atreve a autodenominarse "taller floral"), galerías de fotografía (actualmente una exposición de Carlos Saura) o de arte, un videoclub e incluso un histórico sex-shop que ha visto entrar (e incluso salir) a algunas venerables glorias de nuestra literatura (deberían llevar una cabina de este sex-shop a la Feria del Libro de Francfort y programar las escenas bilingües más consumidas por estos patriarcas). En la esquina con la calle de Roselló, hay una tienda de música (Music World) en la que espero encontrar algún rastro de Granados. Mala suerte: el local está especializado en música moderna. El encargado es un entusiasta que ofrece a sus clientes un servicio que se ha perdido en esta industria: si le cantas tres compases de cualquier canción, se compromete a localizar el CD correspondiente, sea o no sea de importación. Ante la ausencia de obras de Granados, merodeo por los estantes y encuentro una pequeña joya, precedente del rock rural de El Koala: La Charanga del tío Honorio. Incluye uno de los éxitos que más arrasó el año que murió Franco: Hay que lavalo (con versos tan profundos como: "¿Qué se puede hacé, con el vino la taberna?/ Hay que beberlo/ Hay que orinarlo"). El estilo de aquel grupo consistía en enfatizar la figura del paleto cejijunto y de boina y electrificarlo con un envoltorio tan primario como rockero. Nada que ver con la elegancia ibérica e internacionalmente reconocida (París, Nueva York) del maestro Granados, ni con su entrega a la música y a la amistad, ritualizada en cenas en restaurantes como el Set Portes o Can Culleretes. Una vez cruzado el paréntesis de la plaza de Letamendi (hay que acelerar el paso cuando se pasa delante de la Delegación de Hacienda, no vaya a ser que, como la casa de la película Monster House, nos absorba con sus terroríficos tentáculos). A partir de allí, todo fluye hacia un espacio que refuerza la tranquila presencia del Seminario Menor, y a juzgar por la calma que transmiten los que toman el sol en los bancos, hay más vocación espiritual fuera que dentro.

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