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Columna
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Historia de un cruzado: Ramírez de la Piscina

"Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro si no hace más que otro", decía don Quijote a su escudero mientras se recuperaba de las pedradas recibidas de los pastores, a cuyos rebaños había arremetido convencido de ayudar a los ejércitos del valeroso emperador Pentapolín del Arremangado Brazo, que habían entablado batalla para tomar venganza contra su enemigo Alifanfarrón de la Trapobana. Esta equivalencia que el Caballero de la Triste Figura declaraba entre el ser y el hacer viene a convertirse en un principio de la democracia, pero tampoco Cervantes declaraba abrogados los linajes.

Conviene recordarlo ahora que han vuelto a la ardiente actualidad las Cruzadas, tras la cita que el papa Benedicto XVI hizo en Ratisbona del emperador bizantino Manuel II Paleólogo. Una cita tergiversada y utilizada hasta la incitación al despropósito de la quema de iglesias y del asesinato de monjas en algunos países de religión mayoritaria mahometana. El Papa, en su lección universitaria, se declaraba por el Dios de la razón y se incompatibilizaba con el recurso a la violencia. Otra cosa es que en Occidente prevalezca la razón y el sindiós mientras en los países musulmanes cunde la opción a favor de Dios y la sinrazón. Pero reconozcamos que entre nosotros hubo un tiempo en que la fe y la espada caminaron juntas y a ese álbum pertenecen algunas estampas que veníamos honrando desde siempre con toda consideración.

ÉEse fue el caso del infante navarro don Ramiro, hijo del rey Sancho el Mayor. Cuenta el padre Anguiano que el infante casó con doña Elvira, la hija mayor de El Cid, antes de participar al frente de su mesnada en la primera Cruzada, que convocó el papa Urbano II al grito de ¡Dios lo quiere! y en cuyo favor tanto predicó Pedro el Ermitaño. Don Ramiro se unió a la segunda expedición de esta primera Cruzada, la llamada Cruzada de los príncipes, que encabezaban segundones de la nobleza como Godofredo de Bouillon, Raimundo de Tolosa y Bohemundo de Tarento. Así nuestro infante entró el 15 de junio de 1099 al asalto en Jerusalén por la parte de la muralla a la que estaba adosada la Piscina Probática, que servía para purificar las reses destinadas a los sacrificios.

A su vuelta don Ramiro otorgaba testamento el 13 de noviembre de 1110 en el monasterio de San Pedro de Cardeña y nombraba albacea al abad don Pedro Virila. A su hijo segundo, Sancho, le dejó todos los territorios de Peñacerrada, desde Vidaurreta hasta San Vicente, con la encomienda de levantar una iglesia en recuerdo de su entrada en Jerusalén. El testamento disponía "que este templo tome la forma de la Piscina Probática, teniendo por patrona a Santa María", y que en él fueran expuestas las reliquias traídas de Jerusalén y, en especial, el trozo que pertenece a la Santa Cruz. La iglesia sería al fin construida en 1136 por Sancho Ramírez y consagrada el 1 de agosto de 1137 por el obispo de Calahorra don Sancho de Funes.

Todavía puede verse alzada en la ladera meridional de la Sonsierra, cerca del lugar de Peciña, sobre un altozano que domina el valle del Ebro, un kilómetro al noroeste de la villa de Ábalos. Otra cláusula del testamento disponía la creación de la Real Divisa, a la que habrían de pertenecer todos sus descendientes, que en lo sucesivo fueron conocidos como los Ramírez de la Piscina. Poco sabemos de los primeros siglos de la Divisa, pero hay noticia de que en 1534 el doctor Diego Ramírez de la Piscina ganó su Patronato en pleito contradictorio contra los usurpadores entablado ante la Chancillería de Valladolid.

En consecuencia, se procedió en 1537 a la expulsión de los intrusos tras redactar unas nuevas ordenanzas de la Real Divisa de la Piscina Probática de Jerusalén. Otros Ramírez de la Piscina posteriores figuran en el Espasa: Diego, historiógrafo, y Francisco Antonio, jurisconsulto. Ahora, una parte de quienes proceden de este solar riojano se ha instalado en el sector vitivinícola. Trabajan sobre todo la variedad tempranillo en el tinto y la viura y garnacha en los blancos y rosados. Su etiqueta Ramírez de la Piscina está acogida a la denominación de origen. Aceptemos, pues, que, como ha sostenido Doris Lessing en Segovia, "vivimos siempre dentro de las ruinas de una cultura anterior". O mejor, como decían Borges y Spinoza, que "la cosa es el nombre de la cosa".

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