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Reportaje:La Noche en Blanco

Puntos negros de la noche blanca

Las colas interminables, el transporte deficiente y las dificultades para encontrar algo que comer ensombrecen las 10 horas de 'tapeo' cultural

Quedó demostrado una vez más. Madrid es una ciudad gregaria y noctívaga. A sus habitantes les encanta tomar espacios vedados. Y si es a horas prohibidas, la cosa adquiere matices de morbo. El asunto era de relamerse. A pesar de las colas, del frío, del hambre, del pis y del surrealismo.

La parte más surrealista de la noche, y hubo muchas, fue la protagonizada por una ingente fauna juvenil de pelánganos y ropajes modernísimos que terminaron caminando en riadas a eso de las seis y media de la mañana hacia el Retiro. Había ánimo y entrega; y ellos, asiduos a los afterhours, escuchaban zarzuela y bailaban encantados a ritmo de Paquito el chocolatero.

Algunos noctámbulos habituales, como el restaurador y poeta Juan Antonio Méndez, encontraron matices diferenciadores con el resto de noches: "La gente es amable, te pide cosas por favor y, si tropiezan contigo, te piden perdón. Esto es insólito".

Ni el frío ni la lluvia hicieron desistir al millón de personas que disfrutó del experimento
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Al margen de consumos culturales, estuvo el frío y alguna amenaza de lluvia, que se tradujo en chisporroteos varios. Ni una cosa ni otra hicieron desistir al millón de personas que, según el Ayuntamiento, participó en alguna de las 240 actividades.

Y eso que algunos se arrepintieron de no haberse ido a casa antes. Los pacientes que soportaron durante más de dos horas y media la cola que rodeaba por completo el Teatro Real no daban crédito a lo que veían cuando llegaban a su destino. "Nos habían dicho que habría una visita guiada por las entrañas del teatro... ¡Y toda la espera era para ver esto!". Con esto se referían al precipicio que se divisaba por detrás del patio de butacas al retirar la caja escénica. "Pues sí que hemos pasado la noche en blanco", comentaba uno que se lo tomó con humor.

No sólo hubo colas interminables. También hubo hambre. Mucha hambre. Y pis, mucho pis. A pesar de las facilidades que dio el Ayuntamiento en cuanto a horario de cierre, a muchos bares y restaurantes el acontecimiento les pilló con el pie cambiado. Nadie podía prever tamaña afluencia. Los pocos que decidieron abrir vieron cómo todas sus existencias comestibles eran arrasadas como si hubiera pasado una plaga de langosta.

En cuanto al pis, sólo comentar que la cola que se formó en el Conde Duque sobre las dos de la madrugada era fundamentalmente de hombres. Ellos terminaron preguntándose por la razón por la que, por primera vez en su vida, veían que la cola para miccionar no estaba en el servicio de señoras. Misterios de la Noche en Blanco. Y no faltaron las asociaciones, como la de vecinos de Malasaña, que se acordaban ayer de la familia de aquéllos que no encontraron otro lugar que las calles para hacer sus necesidades. Algunos vecinos creen que lo que comenzó como una fiesta cultural degeneró en un macrobotellón masivo.

El transporte -o la falta de él- fue el principal problema con el que se encontraron los bulímicos culturales. Las piernas eran el medio de locomoción más fiable para ir de un sitio a otro. Muchos se quejaban de que las paradas de las líneas especiales de autobús no estaban suficientemente señalizadas. De coger el taxi, ni hablar. Los conductores enfrascados en el atasco descomunal que en la medianoche colapsó los alrededores de Cibeles decían, con el claxon, que a ellos no les acababan de convencer las innovaciones culturales del Ayuntamiento. Sus pitidos competían con los ritmos africanos al son de los que bailaban tres mujeres con tocados de rejilla, a cual más chillón, por el paseo del Prado.

La prueba de fuego la pasó el alcalde, Alberto Ruiz-Gallardón -cuyo gobierno aprobó una partida de millón y medio de euros para la juerga cultural- en el Conde Duque. Allí, además de proyecciones, videoinstalaciones, arte digital, fractal y exposiciones varias, estaban los grupos antisistema concentrados. Gallardón dio muestras de su infinita astucia. Entre jóvenes con crestas, comprometidos con causa, contestatarios postmodernos y reivindicones, paseó con discreción, se metió una cervecita al cuerpo y sonrió cuando oyó que alguien decía en alto: "Nos hace la puñeta con la M-30, pero nos compensa con estas cosas".

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