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Reportaje:La Noche en Blanco

La carrera del arte

Recorrido noctámbulo por las calles de la capital con un solo objetivo: ver más que nadie

Andrea Aguilar

¿Cuánto pudo uno ver, trasladándose en transporte público y a pie por la ciudad, en esa madrugá del gratis total cultural que fue la Noche en Blanco del sábado al domingo? Antes de arrancar, queda establecido el requisito de evitar las colas y elegir la mayor variedad de actos y zonas posibles. A la vista del programa y del horario uno piensa en el síndrome de Stendhal, en los mareos y vómitos que la sobreexposición a la cultura produce a los turistas en Florencia. La luz al final del túnel son los conciertos del parque del Retiro, que despedirán la madrugada.

La proyección del vídeo Drawing restraint del gurú Matthew Barney y su pareja, la islandesa Björk, suena como un buen principio, suficientemente vanguardista. Pero a las 21.10, en la puerta de la Casa Encendida, ya cuelga el cartel de "no hay billetes": ni para el primer pase ni para el segundo. La cosa acaba de empezar y ya está claro que cualquier plan tendrá que adaptarse a las multitudinarias circunstancias.

A las 0.25 se produce el primer encuentro, memorable, con una silla
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La exposición Correspondencias Erice-Kiarostami, en el mismo edificio, abre esta noche blanca. El paseo entre los falsos troncos y los espejos de la instalación Mi jardín del cineasta iraní hace pensar en la meta, el Retiro, a 11 horas vista. La cama proyectada en el suelo en la videoinstalación Sleepers (durmientes) muestra a un hombre durmiendo placidamente y a una mujer que fuma inquieta con el ruido del tráfico de fondo. Parece que la cama no siempre es fuente de dicha. Vistas las cartas fílmicas cruzadas entre los dos cineastas, aunque sin tiempo para escuchar el "silencio ontológico" del que hablan los textos, a seguir la marcha. Antes, un rápido paseo por la muestra Basurama, sobre el potencial artístico de los deshechos. 21.45 y dos exposiciones vistas.

En la azotea de las Escuelas Pías de la calle de Tribulete, más de 200 personas esperan la llegada del cantaor Pedro Obregón y del guitarrista Tomate. Será el gratis o las cervezas lo que aplaca al público que, pese al retraso, se muestra tranquilo y relajado. Nada de pateos y silencio sepulcral cuando las seguriyas arrancan. Dos canciones y vuelta al frenesí cultural.

En el bulevar del paseo de Recoletos se encuentra With love. Dos modelos desafían sonrientes el frío luciendo trajes largos hechos de flores y firmados por los holandeses Niels van Eijk y Miriam van der Lubbe, autores de esta pasarela ecológica.

Colas y multitudes abarrotan la plaza de Colón. Botellón, verbena o noche cultural, el madrileño tiene querencia por echarse a la calle. Las entradas para ver a Rafel Amargo están agotadas y en dos horas cerca de 2.000 personas han desfilado frente a las fotografías de Isabel Muñoz en el Centro Cultural de la Villa, como explican las sudorosas vigilantes. De las Maras centroamericanas a las tribús de Etiopía, pasando por retratos de bailarines, el blanco y negro, la muestra no deja a nadie indiferente. Al final, la propia fotógrafa dirige una sesión en vivo (Díselo) con un público que se presta a posar intentando transmitir lo que quiere a alguien. Larga cola, y poco amor ante la muchedumbre que avasalla.

Ya en la calle, Castellana arriba el público se dispersa. Bajo el Puente de Juan Bravo, 20 personas siguen el recorrido escultórico. A las 0.25 se produce el primer encuentro, memorable, con una silla, en la Fundación Carlos de Amberes. En la capilla Pé Vermeesch, al son del órgano, se enrosca en una escultura de Chirino y pasea entre los moños de las señoras. Su baile y su mímica se enfrentan al impresionante Martirio de San Andrés de Rubens.

Al búho suben los habituales -grandes aglomeraciones en Cibeles- pero la línea especial de autobuses Noche Blanca está casi vacía, quizá porque es difícil averiguar dónde para. Cerca del Centro Galileo Galilei, las Marías Guerreras animan con campañillas un delirante monólogo papal. El Cuartel del Conde Duque muestra al público derrengado en sillas y sofás en los patios. La letona Katrina Neiburga ha replicado la fachada de una casa a tamaño real. En sus ventanas se proyectan vídeos del vecindario imaginario. En la calle del Limón lucen las antiguas portadas de ABC: es la actividad número 10. Camino del Retiro se desmontan los escenarios de Fuencarral, mientras los chavales beben y usan los cubos de basura a modo de bongos. La música improvisada no cuenta en este maratón, aunque parece que la frontera de la cultura es ya borrosa.

Cerca de 80 personas hacen fila ante el Cine Estudio. Son las 5.15 cuando empieza el pase de cortos de la Escuela de Cine de Madrid. Nadie ronca, pero conviene seguir la ruta. La Cibeles está morada, y el techo del Palacio de Telecomunicaciones, verde. Hay quien se tumba bajo los mostradores y quien juega con la Linterna mágica de Alberto García Pi. Vistos los algorritmos y superada la cola para la máquina del café, la cuesta de Alcalá se afronta de otra manera.

En la Plaza de la Independencia se desata la fiesta. Cien resistentes entran precedidos de la banda de jazz Mr. Dix y Charanga Alcaína. El cielo ya clarea y suena Down by the riverside. Móvil alzado, ya todos son artistas y quien no toma una foto contonea la cadera. La Zarzuela y Vivaldi, que aguardan dentro del parque, quedan convalidados. Recuento de actividades en una noche: ¡Han sido 13!

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Sobre la firma

Andrea Aguilar
Es periodista cultural. Licenciada en Historia y Políticas por la Universidad de Kent, fue becada por el Graduate School of Journalism de la Universidad de Columbia en Nueva York. Su trabajo, con un foco especial en el mundo literario, también ha aparecido en revistas como The Paris Review o The Reading Room Journal.

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