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Crítica:XIV BIENAL DE FLAMENCO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El embrujo vino del Oriente

En la aproximación al flamenco del violinista Ara Malikian, nacido libanés y criado en Armenia, estuvo primero la atracción por la música española de principios de siglo pasado. Para alguien venido de ese Oriente cercano, la escala modal supone ya un importante lugar común al que se suman los muchos otros atractivos rítmicos de nuestro arte. En cualquier caso, la llegada de este violinista, reclamado por las principales orquestas para interpretar a Mozart o Bach, supone un gran regalo para el flamenco. Su anfitrión ha sido el guitarrista José Luis Montón, un músico que se nos antoja idóneo para el propósito.

De la puesta en escena hay que destacar sobre todo que el encuentro existió, lo que no es poco decir. Culturas e instrumentos hallaron un espacio donde construir y dialogar felizmente, un oasis situado tal vez en cualquier lugar del mismo mar mediterráneo que nos une. Los dos principales protagonistas con los papeles bien repartidos: la guitarra llevando el peso armónico (también los acentos flamencos) y el violín entregado a las melodías y a un juego de virtuosismo que se poblaba de arabescos y viajes por la geografía común. Lo apolíneo y lo dionisiaco, la sobriedad frente a la exuberancia. En esa plática instrumental, los apuntes de danza de Olga Pericet fueron la ilustración plástica. Pocas como ella para convertirse lo mismo en una muñequita de Marín que en una figura de marioneta que parece gobernar el violín. El canto de María Berasarte fue impactante, aunque algo pasado de volumen, sobre todo en el fado, canción con la que compartimos similar intensidad sentimental. La sección de ritmo estuvo en el lugar de discreción y precisión que le corresponde.

Manantial de Felicidad

Violín: Ara Malikian. Guitarra. José Luis Montón. Baile: Olga Pericet. Voz: María Berasarte. Cante: El Picúo. Contrabajo: Miguel Rodrigáñez. Percusión: Jorge Tejerina. Teatro Central, 23 de septiembre.

El concierto fue generoso en su extensión y dividido por un descanso difícil de comprender. Desde el principio, cuando el violín insinuó la toná que la guitarra convertiría en seguiriya, ya se supo que estábamos en un terreno sugerente en el que el lugar del lamento flamenco lo ocuparían las gimientes melodías de Malikian con un lenguaje prístino, en ocasiones cargado de agudos, que fue omnipresente. Al igual que el lirismo, que se haría más presente en pasajes como la evocación de la copla, Ay, Pena, Penita, Pena. La duración señalada pudo incidir en una cierta reiteración, de igual forma que los arreglos, rigurosos y medidos, lo podrían hacer en la frescura. Son las caras de una misma moneda, el riesgo de un encuentro al que se puede otorgar la categoría de hallazgo.

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