Palacetes del buen gusto
El Cerralbo forma parte de un segundo rango en importancia de entre los museos de Madrid, con superficie escénica, concepto museístico y contenidos que, pese a ser de calidad, resultan de índole ornamental frente a la estrictamente de gran arte que caracteriza a centros como el Prado o el Reina Sofía. El Cerralbo podría parangonarse con el Museo Lázaro Galdiano, en la calle de Serrano, con el que comparte semejanzas: pintura, escultura, porcelanas, muebles y arte suntuario; los fondos de uno y otro son resultado de un acopio coleccionista continuo, fruto de la iniciativa de un prohombre o de una familia.
Podría ser definido, igualmente, como un museo romántico. Por cierto, el de este nombre, en la calle de San Mateo, permanece cerrado por reformas hasta la primavera.
El canon de estos museos románticos madrileños, instalados en palacetes, les caracteriza por la contigüidad entre el ámbito público que se da a ver a visitantes y el de la esfera privada, familiar, de sus dueños, siempre aristócratas o altoburgueses, que también se exhibe. En ellos se trata de hacer visible el selecto gusto de sus dueños, que se presenta como credencial para el mecenazgo de las artes y, de paso, confirmar el empuje social ascendente de sus mentores.
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