De muros, fronteras y fortalezas
Las migraciones son imparables pese a que el peaje a veces sea la vida. Y mientras se apuesta por la libre circulación de capitales, se ponen muros en las fortalezas del bienestar
Más de 180 millones de personas viven en el mundo fuera de sus países de origen. De ellos, en torno a 90 millones son inmigrados económicamente activos y el resto está integrado por sus familiares y por no menos de 20 millones de refugiados, solicitantes de asilo, desplazados internos o apátridas que huyen de la violencia y que muestran el rostro más amargo de muchos de los conflictos olvidados que hay en el mundo. Quedan por determinar las decenas de millones de inmigrantes ilegales, difíciles de cuantificar por razones obvias.
Las gentes emigran por las mismas razones de siempre: la necesidad, el hambre, la miseria, la violencia y las crisis ambientales. Desde sus particulares infiernos a los supuestos paraísos. Lo llamativo, sin embargo, es que en algunas regiones del mundo algunos indicadores de desarrollo y de condiciones de vida dignas no muestran avances, sino retrocesos. En especial en África, aunque también en América Latina y en algunas partes de Asia central. No hay más que aproximarse a los numerosos informes recientes para constatarlo. Dice el Banco Mundial que el número de personas que vive en África con menos de un dólar diario ha pasado de los 160 millones en 1980 a más de 300 en 2002. En América Latina también se ha incrementado el número de pobres en ese mismo periodo. Son las geografías de la supervivencia. Las geografías cotidianas de los más de 218 millones de niños, de los que habla el último informe de la OIT sobre La eliminación del trabajo infantil, atrapados en situaciones de trata y de explotación sexual de niños y niñas, de trabajo infantil doméstico y en industrias manufactureras, de niños utilizados en conflictos armados o en actividades ilícitas, de niños y niñas obligados a trabajos forzosos y a servidumbre por deudas. Más de la cuarta parte de los niños y niñas del África subsahariana entre 5 y 14 años y casi el 19 por cien de ese mismo grupo en Asia (más de 170 millones sólo entre esas dos regiones del mundo) están en esa situación. La mayoría trabaja en el sector informal, sin protección legal y reglamentaria, y más de la mitad lo hace en trabajos peligrosos. Pero es también la geografía de los jóvenes entre 15 y 24 años, que tienen una tasa de desempleo entre dos y tres veces superior a la de los adultos, que encuentran en el sector informal hasta un 93% de sus oportunidades laborales con salarios un 44% más bajos que en la economía formal. Es igualmente la geografía de más de la mitad de la población mundial que no tiene ningún tipo de protección de seguridad social, como en las regiones de África subsahariana y Asia meridional donde se estima que sólo del 5 al 10 por ciento de la población activa dispone de seguridad social.
Están también las geografías del trabajo precario de centenares de millones de mujeres en la economía informal y en las cadenas de producción globales, como ha denunciado reiteradamente Intermón Oxfam y ha explicado la propia OIT. Esas geografías cotidianas en las que, por ejemplo, más de la mitad de las mujeres con empleo en América Latina trabajan en el sector informal o en las que el 71% de las mujeres negras de Brasil trabajan en el sector informal (en todos los casos con salarios ligeramente superiores a la mitad del percibido por los hombres). Y casi siempre en trabajos eventuales, precarios, sin horarios, sin respeto a las reglamentaciones laborales internacionales. O las geografías de la exclusión de las poblaciones indígenas. O las geografías del acceso desigual de las niñas a los sistemas educativos, como bien explica el reciente informe de Save the Children. O las geografías invisibles, silenciadas, ocultadas o consentidas de la segregación y violencia por razón de género. Son las biografías de quienes siguen muriendo en silencio en espera de un cambio reiteradamente anunciado desde hace décadas para la década siguiente. Por eso emigran. A veces a costa de endeudarse de por vida en favor de mafias organizadas. Por eso vendrán, aunque el peaje que algunos paguen, como nos recordaron Juan Goytisolo y el amigo Sami Naïr, sea el de su propia vida
No es una cuestión fácil de resolver, pero la situación no se resuelve construyendo muros. Sin embargo, nunca como ahora se ha hablado tanto de muros y de vallas para impedir que las gentes que viven al otro lado puedan alcanzar las fortalezas de la sociedad del bienestar. Son los nuevos muros de la globalización. Muros físicos y fosos de resonancias medievales que se construyen en las fronteras. Es la gran paradoja del nuevo contexto globalizado. Se apuesta por la libre circulación de capitales y, a la vez, se cierran las fronteras de las fortalezas recreciendo vallas, construyendo nuevos fosos y proponiendo, como en Estados Unidos, la construcción de un muro de más de 1.000 kilómetros para proteger la frontera Sur. También Europa levanta muros y excava fosos de aislamiento. Europa se enfrenta en su frontera Sur a una presión incontenible, sencillamente porque el Sur de Europa marca la línea de fractura más profunda que existe en el mundo entre el Norte y el Sur. Entre los que tienen y los que no tienen nada. Dos mundos que se encuentran de forma dramática estos días en las playas de Canarias.
En ocasiones, como el caso de los minutemen, o grupos civiles armados norteamericanos que vigilan la frontera mejicana, hay cabida para expresiones radicales y xenófobas que evidencian una patología social de imprevisibles consecuencias. En otros casos, la contradicción tantas veces resaltada entre la esfera de la política, siempre sensible a la opinión pública, y las necesidades crecientes de mano de obra barata y precaria de sectores productivos, se resuelve mirando para otro lado hasta que la situación se hace insostenible. En general, se ignoran derechos básicos de ciudadanía consolidando esa distinción, tan inmoral como insostenible, entre personas y ciudadanos. En Europa hemos llegado incluso a imaginar otra modalidad de deslocalización: la "deslocalización del asilo", consistente, como describe de forma excelente Sami Naïr, en subcontratar el control y la represión de la inmigración ilegal a países situados fuera de las fronteras de Europa. Tanto en las fronteras del Este (Hungría, Polonia, Rumanía, Ucrania) como en la periferia mediterránea (Ceuta, Melilla, Malta y la isla de Lampedusa) o Marruecos, Argelia, Turquía e Irán.
Cómo reparar brechas de desigualdad tan obscenas; cómo contribuir a mejorar condiciones de vida dignas, oportunidades laborales y de seguridad en esas regiones; cómo afrontar las relaciones inmigración/derechos de ciudadanía; cómo hacer posible el acomodo de la diversidad en tanto que reto civilizatorio: he ahí algunos de los grandes desafíos que nos plantea el futuro inmediato a los europeos en este terreno. Una excelente ocasión para demostrar y demostrarnos que aún somos capaces de ejercer un renovado liderazgo político y moral en estos tiempos hostiles y precarios.
Joan Romero es catedrático de Geografía en la Universidad de Valencia.
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