'Casting'
Los amantes de las sensaciones electorales fuertes, al margen de sus preferencias partidarias, apostarían encantados por un derby madrileño que enfrentara por fin a los dos pesos pesados del PP local: la gran esperanza blanca Aguirre versus Alberto Ruiz-Gallardón, buen encajador y estilista. Los golpes de la primera y las fintas del segundo nos vienen ofreciendo, de un tiempo a esta parte, un insólito combate de fondo entre pupilos de la misma cuadra con estilos muy distintos e ideas parejas. El impedimento es que ambos contendientes, aunque correligionarios, militan en categorías distintas, autonómica y municipal, respectivamente, y que nadie en su sano juicio -alguno debe haber en el partido- osaría convocar un enfrentamiento definitivo entre ambos, enfrentamiento que sería suicida y cainita, dos adjetivos aplicables a los aguerridos hooligans populares y a sus belicosos voceadores mediáticos, empeñados en desbancar al incomprendido Alberto de su primogenitura y de su candidatura.
Mientras, entre las filas socialistas, derrotadas, con trampa y cartón en la segunda y marrullera vuelta de las elecciones autonómicas, y por derecho en las municipales, la candidatura a la alcaldía madrileña sigue siendo una incógnita, objeto de toda clase de especulaciones y vacilaciones tras la oportuna promoción de Trinidad Jiménez a responsabilidades quizás más acordes con su formación, vocación y expectativas. La vacante ha generado de momento apuestas y quinielas, sondeos y retractaciones, de lo más variado y pintoresco, no faltando quien se descalificara a sí mismo antes de obtener la calificación de nadie.
El aspirantazgo no es, desde luego, una perita en dulce, sobre todo para esos veteranos campeones que se invocan y evocan a diario, sin más justificaciones que las que les proporcionan su buen nombre, su fama y su trayectoria, en ámbitos, geográfica y profesionalmente, muy alejados de Madrid y de sus circunstancias cotidianas.
No tiene Madrid, y a mucha honra, ínfulas nacionalistas que exijan a los candidatos municipales haber nacido en el Foro, hablar castizo y bailar el chotis sobre un ladrillo -hoy en Madrid el chotis es rareza y el ladrillo pandemia-; pero, en mi opinión, no más modesta de lo imprescindible, debería solicitarse de los candidatos a la alcaldía de esta desmedida Villa y agraviada Corte, su residencia en ella, como garantía mínima de conocimiento de su aguda y peculiar problemática, de sus carencias y de sus excesos.
Sin pretensión demagógica alguna, pienso que estaría bien que los aspirantes hubieran viajado en metro, más allá de la inauguración de una nueva línea, o circulado en superficie en coche, no oficial, sin chófer y sin plaza de aparcamiento asegurada, y haber sufrido en carne propia, sin cinta que cortar, el paso por sus obras, el ruido y la furia de sus tráficos y sus tránsitos, saber de sus parquímetros y sus bolardos, y de los precios y menosprecios que alevosamente atañen al común de los mortales pobladores de la urbe, ciudad inmortal y enferma crónica.
Es la fama, y no la idoneidad, lo que más se encarece, la excelencia y no la eficiencia, y esto es así porque se supone -me gustaría renegar de tal evidencia- que los votantes primarán el renombre sobre la idoneidad a la hora de emitir sus sufragios y que se dejarán llevar por las trompetas, redobles y fanfarrias de la fama, una diosa auxiliar del panteón olímpico, demonio familiar de los políticos que prefieren ganar sin participar a participar sin ganar.
Si de lo que se trata es de organizar una Operación Triunfo, caiga quien caiga, que convoquen un casting para la alcaldía o, en todo caso, una rigurosa oposición, con un temario específico y una prueba oral en la que candidatas y candidatos exhiban su conocimiento de la materia urbana, su fotogenia, sus cualidades para la oratoria y su habilidad para manejarse en la corta distancia que exige el oficio de alcalde en general y de alcalde de Madrid en particular.
El alcalde de Madrid puede ser manchego, vasca, senegalés, ecuatoriana, marroquí, catalana, rumano, andaluza, o de cualquier rincón de la aldea global, siempre que sea de Madrid, sufridor, sufridora de esta ciudad de nuestros pecados y de sus culpas.
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