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Análisis:
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

La luminosa caja de Pandora de Xavier Valls

Cuando se plasma por escrito la ceremonia de un adiós definitivo, en este caso, la del gran pintor catalán Xavier Valls, hay que saber equilibrar lo que afecta personalmente esta despedida a quienes tuvimos el privilegio de disfrutar de y con su amistad y lo que constituye su legado universal, que es su obra. Es un equilibrio más difícil en el caso de Valls, porque su vida y su obra se confundían en un talante común, un estilo de ser y de hacer ciertamente inseparables. Es algo que lo pudo comprobar quien leyese sus memorias, publicadas hace tres años, con el sugestivo título de La meva capsa de Pandora, en la que este hombre refinado, discreto, elegante y culto rendía cuentas a través de los recuerdos de su muy rica e interesante trayectoria vital, que discurrió en sus tres cuartas partes en París, ciudad a la que llegó en 1949 y donde se instaló definitivamente. En todo caso, a pesar de las dificultades que Valls tuvo que padecer, y que, en buena parte, se deducen sólo tirando del hilo de la época en que le tocó vivir, la de la posguerra española y, ya en París, la de la posguerra mundial, en su rememoración escrita, más que sombras y monstruos, salen luces: las de la pasión creadora que le llevó a fraguar un estilo personal contra los vientos y las mareas de las modas, pero también las de su peculiar personalidad, cortada por el patrón de conocer y gozar los dones de la existencia a través de su admiración por lo mejor y los mejores.Éstos enseguida lo admitieron y estimaron, lo cual no es poco porque trabó amistad con Tristán Tzara, André Salmon, Christian Zervos, Giacometti, Balthus, Pierre Klossowski, Vladimir Jankélévitch, Alejo Carpentier, etcétera, pero también con los españoles por entonces trasterrados en París, como, al margen de la tropa de colegas, Luis Fernández, María Zambrano, José Bergamín o Julián Gállego.

Artísticamente, aunque cuando fijó su residencia en París Valls ya había mostrado sobradamente su inquietud y su calidad, está claro que fue en la capital francesa, durante las competidas y complicadas décadas de 1950 y 1960, donde maduró su estilo y se hizo reconocer. Su forma de concebir la pintura tuvo que ver con el sutil mundo de Seurat y de Morandi, el de la móvil inmovilidad de la naturaleza y de las cosas, pero sin perder nunca su toque antropológico personal, que era el suyo y del de la cultura mediterránea. Esta clase de artistas, en la que se encuadró Valls, no son proclives a cambios espectaculares, sino a ahondar y a decantar, forma y contenido, el mundo que les interesa. En cualquier caso, era tal la sofisticación y la exquisita sensibilidad de Valls que no pudo pasar inadvertido en el mundo artístico francés, donde siempre fue muy respetado. Paradójicamente, tardó más en obtener el reconocimiento debido en su país natal, pero, afortunadamente, durante el último tramo de su vida, desde aproximadamente 1975 en adelante, también lo logró, exponiendo regularmente en Madrid y Barcelona, donde llegó a tener un importante conjunto de fieles seguidores.

Xavier Valls es un caso único en el arte español, donde ha habido muy pocos creadores que rompan con la dialéctica del "dentro" y el "fuera", la del ensimismamiento castizo o la vanguardia rampante siempre enfrentados. Valls, en efecto, no pudo ser más cosmopolita y, sin embargo, sabiendo elegir sólo lo que más cuadraba con su peculiar sensibilidad. A partir de ahora, su obra hablará por él, pero en ella también la apertura de su caja de Pandora será luminosa.

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