Un grupo de ambiente familiar

Como las películas de la sobremesa de los sábados, el grupo más popular del pop español es familiar. Como si el Sant Jordi fuese un inmenso cine, las familias, cuyos mayores eran algo más que simples acompañantes de los menudos, iban desfilando con alegría y nervios hacia los accesos. Una vez superados preguntaban a los acomodadores: ¿dónde está mi localidad? Sí -exceptuando algún espectador con aspecto de haber asistido a algún concierto pongamos que de Sabina o, según la edad, de El Canto del Loco-, muchos parecían estrenarse en el recinto olímpico. La expresión de sus rostros al entrar en el local lo decía todo, tanto como las interminables colas ante los puestos de bocadillos que denotaban la tradicional imprevisión de quien jamás ha tenido que comerse uno de los frankfurts que sirven en el recinto. Nunca se olvidan.

Amor sublimado

Una vez asentados en sus localidades, era comprobable que los adultos que acompañaban a niños, porque los adolescentes ya iban a su aire, no eran mera escolta. Es cierto que La Oreja de Van Gogh no son al pop de consumo lo que Shrek al cine familiar, pero allí, con el ambiente propio de las grandes ocasiones, disfrutaban todos. Fue uno de los milagritos de la noche, el único para ser preciso. Tirando de pedantería podríamos hablar de transversalidad; aunque la realidad se llama simplemente éxito, el éxito de un grupo que ha vuelto a poner el amor, sublimado y envasado, en el epicentro de su música.

Tras un anuncio del patrocinador que publicitaba un coche rojo que resultó no ser un Ferrari, el concierto comenzó. Amaia, soberanamente ajustada por unos pantalones que sorprendentemente no le restaban movilidad, saludó en catalán y acabó por rendir al último reticente. El resto del trabajo lo hicieron piezas como París, La playa o la final y apoteósica Puedes contar conmigo, compañeras de viaje de las piezas de Guapa, último disco, origen de la gira y obra de la que interpretaron la práctica totalidad de las piezas.

Bañados por las luces que brotaban de varios ingenios móviles y que azotaban un escenario austero, las figuras de los cinco donostiarras centraron la vista del público, que se llevó esta imagen a casa haciendo un número de fotos que se podría establecer en una por segundo -el concierto duró dos horas-. Ya casi resulta imposible recordar cómo eran los conciertos antes de la era digital, con su miríada de flashes dando entretenimiento a la vista cuando el escenario no reclama atención visual. La felicitación masiva a Álvaro, bajista que cumplía 31 años, y el inevitable set acústico, con los músicos sentados y más próximos a la boca del escenario, fueron otros momentos en los que el público mostró con ahínco que La Oreja de Van Gogh tiene recorrido por delante. Porque del Sant Jordi nadie salió contrariado.