¿Frank Rijkaard o Fabio Capello?
Sentado en una cafetería de la calle de Velázquez, a Juan Urbano se le mezclaron en la cabeza el primer partido del Real Madrid en la Copa de Europa y las próximas elecciones municipales, y se preguntó quién le gustaría ser si fuese el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. ¿Rijkaard o Capello? O, lo que es lo mismo, ¿qué táctica seguirá el PSOE para intentar ganarle la capital al PP: intentará imponer su sistema o neutralizar el del contrario?
Juan sacó papel y bolígrafo y, como si estuviese en un vestuario, dibujándoles a sus jugadores la táctica en una pizarra, se puso manos a la obra, hecho un Alf Ramsey. "Veamos", se dijo, "sin duda, atacar no es nada sencillo, teniendo en cuenta que en la política de hoy se juega sin extremos, porque todos quieren ir por el centro, justo donde las torres de la derecha son más altas y, sobre todo, más resbaladizas, aparte de ser más inciertas, pues ni siquiera tienen ventanas, para que no se pueda saber lo que hay dentro".
Habrá que contar los árboles que han talado mientras ellos cuentan los que han plantado y van a plantar
Se rió al seguir tirando de la analogía hasta llegar a la conclusión de que ése era el motivo por el cual todo está siempre tan trabado en el Congreso, con tantas faltas, tantas interrupciones y tantas protestas que la mayoría de las sesiones podría definirse como una tangana de traje y corbata.
Y, en cualquier caso, ¿por dónde se ataca a Ruiz-Gallardón, si es que al final su equipo lo saca de titular, lo que no está tan claro? Porque el actual alcalde va bien de cabeza, con los pies y, si hace falta, con los codos, y suele ganar con solvencia y de modo indudable, no como Esperanza Aguirre, que mete los goles con una mano que se parecería a la famosa "mano de Dios" de Maradona si la de su Dieguísima hubiera estado manchada de cemento.
"Hombre, también podrían ficharlo, en lugar de enfrentarse a él", bromeó Juan Urbano; "pero para eso, antes tendría que postularse", dijo, por usar una palabra de moda que a él siempre le había sonado a "ponerse a cuatro patas", o algo así. "O sea, que tendría que salir él a una rueda de prensa con gesto de contrariedad, en plan Ronaldo, y quejarse de que su afición no le entiende, y de que no es feliz, y de que en la calle Génova no se siente valorado...". Juan se rió de su propia ocurrencia y añadió, igual que si hablara con alguien: "Bueno, pues ya sabes que si de verdad eso funcionara como el fútbol, de ahí a correr por la Castellana besando el escudo del PSOE, hay menos distancia que de Trillo al Yak-42". Pero, claro, como era obvio que eso, fábulas aparte, no iba a pasar, descartó aquella posibilidad y siguió con su planteamiento. "Unas elecciones son un juego de espejos y desequilibrios, y ésa es la razón de que sean tan parecidas a un partido de fútbol", le dijo a sus jugadores imaginarios. "Cuando el rival es débil, no tenemos que preocuparnos nada más que de nosotros mismos, de imponer nuestra superioridad en todas las líneas. Pero cuando es fuerte, y el PP es tan fuerte en Madrid que parece que Madrid es suyo desde hace mil años, no hay nada que importe tanto como conseguir bloquear sus movimientos. ¿Qué hacer? ¿Nos metemos en una guerra de cifras, que es como marcar al hombre y jugar al contraataque? ¿Habrá que contar los árboles que ha talado, mientras ellos cuentan los que han plantado y los que van a plantar? Él sumará los coches que circulan bajo tierra y nosotros los que van por la superficie. Él medirá los kilómetros de M-30 que van a desaparecer de la vista y nosotros, el grado de contaminación de toda clase que esa obra ha fomentado... Eso siempre pasa, y es lógico que todo se llene de números, porque en el fondo un candidato no se elige, se calcula, y los ciudadanos son inteligentes, comparan los programas y saben echar cuentas".
Ésa, en opinión de Juan, era la táctica estilo Capello. "O podríamos ser un poco más Rijkaard", pensó, mientras pagaba su café, "y marcar un estilo propio, irnos para arriba pasándonos la pelota a un toque, para zafarnos de esos marcajes suyos que convierten cualquier acción en un combate de lucha grecorromana, no caer en provocaciones y, por encima de todo, ser atrevidos, y valientes, y tener imaginación".
Y entonces, Juan creyó oír la voz de uno de los muchachos, que levantaba la mano y le preguntaba: "Muy bien, míster, pero ¿a quién vamos a poner adelante?". Y él dejó caer la tiza y dijo: "Eso es lo que quisiera saber yo". Si es que, al final, los partidos los ganan o los pierden los jugadores.
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