La F-1 no se entiende sin Ferrari
Pueden surgir todo tipo de controversias como consecuencia de las últimas decisiones técnicas de los comisarios de la Federación Internacional del Automóvil (FIA) perjudicando a unos o a otros, pero la verdad es que no hay nadie que sea capaz de entender la fórmula 1 sin Ferrari. Y más aún en estos momentos, en los que cuentan con el mejor piloto de la historia, que acaba de anunciar su retirada. ¿Se ha beneficiado a Michael Schumacher? Es posible. Pero incluso entre los equipos rivales es sabido que si Ferrari no está en la lucha por el título caen las audiencias televisivas y la F-1 va perdiendo el interés.
Si ayer, en Monza, los dos bólidos rojos hubieran debido abandonar, muchos de los 85.000 espectadores que llenaban el circuito se habrían marchado antes de la conclusión de la carrera. No les interesaba nada más. Y no son los únicos aficionados que piensan así. Los emblemas de Ferrari pueden encontrarse en todos los rincones del mundo, incluso en los más insospechados, y no sólo representan a la firma de Maranello, sino que también constituyen el signo de mayor identificación social con Italia. No es extraño, entonces, que a lo largo de la historia siempre haya recibido ayudas extradeportivas con el fin de asegurar su continuidad a pesar de los múltiples problemas financieros por los que ha atravesado la familia Agnelli.
Incluso los rivales saben que si la escudería italiana no lucha por el título todo pierde interés
El interés por el campeonato debía mantenerse a toda costa porque en 2005 se demostró que, sin Ferrari en la lucha por el título, el Mundial de F-1 salió tremendamente perjudicado y se perdieron muchos ingresos. Y este año la distancia de 25 puntos que Alonso había adquirido en Canadá suponía una amenaza para la estabilidad de la competición. Por eso comenzaron a tomarse medidas: se prohibió el mass damper, alegando que era un elemento aerodinámico, cuando es una pieza que se había estado utilizando ya desde la pasada temporada y, por tanto, si no era legal, no debía ya serlo desde el comienzo del año. Se permitieron las ruedas lenticulares de Ferrari cuando sí suponen un elemento aerodinámico y es dudosa su utilidad mecánica como refrigeradoras de los frenos. Y hubo algunas otras decisiones al menos controvertidas.
De esta forma, el Mundial llegó a Monza en un momento crucial, con 12 puntos de ventaja de Alonso sobre Schumacher. La carrera adquirió una dimensión mucho más emotiva que deportiva por el anuncio de la despedida de Schumacher y por la proclamación del fichaje de Raikkonen, y la continuidad de Massa para la próxima temporada. Y Ferrari utilizó de nuevo todas sus bazas. Incluso en mi etapa como jefe de mecánicos de los bólidos rojos viví situaciones similares: si era necesario hacer algo extraordinario alguna vez para ganar la carrera en casa, se hacía y los demás miraban hacia otra parte. Esta vez el perjudicado ha sido Alonso. Pero su perjuicio, aunque no sea un consuelo para él, habrá beneficiado a muchos. A Schumacher, porque, sin estar implicado en nada, vivirá un final de campeonato emocionante, con muchas posibilidades de ganarlo. A Ferrari, porque domina ya la clasificación por equipos y está metido de lleno en la lucha por el título de pilotos. A Raikkonen, porque ha podido ver ya lo que le espera el año que viene. A Kubica -hace seis meses estaba aún en las World Series con nuestro equipo-, que, a sus 21 años, ha conseguido subirse al podio en su tercera carrera en la categoría. Y a los dirigentes de la F-1, porque se ha recuperado el interés.
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