_
_
_
_
Reportaje:CINCO AÑOS DEL 11-S

Afganistán se hunde en la violencia y la corrupción

El fracaso de la reconstrucción sume al país en un círculo vicioso de droga e insurrección

Nunca, desde que Estados Unidos, al frente de una coalición internacional, derrocó al régimen talibán en noviembre de 2001, fueron tan fieros los combates que enfrentan a la insurgencia con las tropas extranjeras. Nunca hasta la pasada primavera se palpó tan fácilmente el cansancio de la población con la corrupción rampante y la ineficacia del Gobierno democráticamente electo y apoyado por Washington de Hamid Karzai. Nunca hasta este año se ha hecho tan evidente el fracaso de la comunidad internacional en la restauración de la vida civil en Afganistán, y nunca en la turbulenta historia del país se multiplicó con tanta rapidez el cultivo de las opiáceas.

George W. Bush decidió, nada más producirse los atentados del 11-S acabar con sus inspiradores: Bin Laden y Al Qaeda. En menos de un mes, los bombarderos norteamericanos atacaban su guarida en el sur de Afganistán y tres semanas más tarde ampliaban su ofensiva para derrocar al régimen talibán que les cobijaba.

La insurgencia se nutre del descontento y la falta de expectativas de los jóvenes, sobre todo pastunes, la etnia mayoritaria
Cinco años después, la sombra de Irak planea sobre los sufridos afganos y rompe su confianza en el futuro

Cinco años después de que los sufridos afganos recibieran como una bocanada de aire fresco el acuerdo entre Estados Unidos y la Alianza del Norte para echar de Kabul a uno de los regímenes más represivos del planeta, la sombra de Irak planea sobre Afganistán y rompe su confianza en el futuro.

Violencia, droga e ilegalidad

Como una película ya vista, el telón afgano se levanta lentamente sobre el escenario de caos, sangre, horror y muerte que se repite en Irak desde la invasión norteamericana. Con los ojos cerrados ante la repulsión que los atentados suicidas generan en los afganos, el país se hunde hora tras hora en el círculo vicioso de la violencia, la droga y la ilegalidad.

¿Dónde están las fábricas, las carreteras, las escuelas, la electricidad, el agua, el trabajo? ¿Dónde las promesas de una vida mejor?, se preguntan los civiles.

Mientras, en el sur, las operaciones militares se multiplican alentadas por el hostigamiento de los rebeldes. Estados Unidos, que hasta este año proseguía en solitario su campaña contra los restos de Al Qaeda y del régimen talibán, decidió pasar la patata caliente de la pacificación de Afganistán a la OTAN, que desde 2003 tiene el mando de la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad en Afganistán (ISAF). Para ello, la Alianza Atlántica aumentó el número de sus efectivos desde los 6.000 que tenía a principios de 2006 a los 9.500 actuales, que para finales de año llegarán a 13.000 o incluso a 30.000 si se confirmara la unificación bajo bandera de la OTAN de las tropas que aún mantiene en pie de guerra Washington en el sureste de Afganistán. España también ha aumentado su contribución militar y ahora tiene unos 700 soldados.

Frente a ellos, la insurgencia nutre sus filas en el descontento y la falta de expectativas de los jóvenes, sobre todo pastunes, la etnia mayoritaria en Afganistán (40% de la población), castigada hasta ahora por ser cuna del régimen talibán (1996-2001). Washington se apoyó para invadir el país en las minorías tayika y uzbeka, que son las que se han hecho con buena parte de los puestos de la Administración. Los funcionarios no sólo tienen acceso a casi los únicos sueldos estables y legales que hay en el país, sino también a todo un abanico de influencias en una sociedad en la que las lealtades tribales tienen más importancia que las obligaciones legales.

Más de 2.000 soldados de la OTAN, en su mayoría canadienses, y del Ejército Nacional Afgano participan estos días en la llamada operación Medusa, la más sangrienta desde que se dio por acabada la guerra, a finales de 2001. La Alianza Atlántica lanzó esta ofensiva apenas un mes después de tomar el relevo del Pentágono en la provincia de Kandahar el 31 de julio

. Con ella pretende limpiar de rebeldes el distrito de Panjwayi, unos 30 kilómetros al oeste de la ciudad de Kandahar, antiguo feudo del mulá Omar, la máxima autoridad talibán, quien, al igual que Bin Laden, es uno de los enemigos más buscados por EE UU.

Los portavoces de la OTAN informaron a mediados de esta semana de que en los combates han muerto una veintena de soldados de la Alianza y más de 250 talibanes. Además, alrededor de 200 rebeldes huyeron y otro centenar fue capturado. No hay ninguna confirmación independiente de estos hechos. Por el contrario, las autoridades locales han protestado por la muerte de civiles, y el mulá Dadulá, uno de los más poderosos comandantes talibanes, calificó estos datos de "falsos".

La ofensiva rebelde de este año se inició tan pronto como el deshielo facilitó los movimientos de los insurgentes. Los aviones de EE UU y de la OTAN se han empeñado a fondo en bombardear caminos, supuestas grutas de los talibanes y aldeas, pero cuanto más duro han golpeado las fuerzas de la coalición internacional, más fuerte, decidida y arriesgada se ha hecho la resistencia, que encuentra en el vecino Pakistán abrigo y cobijo.

Las relaciones entre los dos vecinos, tradicionalmente privilegiadas, atraviesan por uno de sus momentos más bajos. Esta semana, el presidente paquistaní, Pervez Musharraf, viajó a Kabul, no sólo para tratar de frenar el deterioro de las relaciones, sino, sobre todo, para explicar a su anfitrión, Hamid Karzai, el acuerdo firmado el martes con las milicias protalibanes del distrito fronterizo de Waziristán Norte. Musharraf pretende que Karzai comprenda que necesita paz en esa zona para hacer frente a los independentistas del Ejército de Liberación de Baluchistán (suroeste del Pakistán).

La violencia que azota los dos países debilita a Karzai y Musharraf, que, como grandes aliados de EE UU en su lucha contra el terror, se han colocado en el punto de mira de los muchos radicales que habitan en sus respectivos países. Karzai especialmente teme que las operaciones militares tiren por la borda los magros esfuerzos de reconstrucción emprendidos por la comunidad internacional y sus débiles intentos de reformar y modernizar Afganistán.

Afganas con el <b><i>burka</b></i>, <b>en la ciudad de Mazar-i-Sharif, a 420 kilómetror de Kabul, la capital de Afganistán</b>.
Afganas con el burka, en la ciudad de Mazar-i-Sharif, a 420 kilómetror de Kabul, la capital de Afganistán.REUTERS

El 92% de la producción de opio del mundo

EL OPIO ES, con enorme diferencia, la principal fuente de recursos de Afganistán y la droga que envenena el futuro del país. El informe anual del Organismo de Naciones Unidas para la Lucha contra la Droga y las Mafias (UNODC), hecho público el 2 de septiembre, señala que en 2006 Afganistán producirá el 92% del opio mundial. El informe destaca que este año ha crecido un 49% la producción de amapolas opiáceas y la superficie dedicada a este cultivo ha aumentado en un 59%. Todo esto pese a que la comunidad internacional ha gastado más de 2.000 millones de dólares en la lucha contra la adormidera, de la que también se saca la heroína, consumida principalmente en Occidente.

Antonio María Costa, director del UNODC, dejó clara la frustración de este organimo al declarar que en las provincias del sur de Afganistán, y sobre todo en la de Helmand, "la situación está fuera de control". En Helmand, donde se han desplegado esta primavera 3.000 soldados británicos para luchar contra la poderosa alianza de rebeldes y narcotraficantes, las tierras dedicadas a cultivar opio aumentaron en un 162%.

Los especialistas señalan que los rebeldes han encontrado en el opio su fuente de financiación, y en el narcotráfico, las vías de aprovisionamiento de armas y municiones. La cosecha de amapolas de 2006 asciende a 6.100 toneladas, frente al máximo de 4.565 toneladas que se recogieron en 1999, año en que los talibanes emprendieron una efectiva lucha contra los opiáceos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_