El Potro (de tortura)
Acabo de pasar una crisis de cansancio. Ahora estoy mejor, no ha sido necesaria la hospitalización -ha sido más mental que físico-, pero el bajón que me ha pegado en el autobús ha sido para recordar. No ha sido tan sólo porque haya pensado que aún queda casi la mitad. Ni tan siquiera porque El Potro (mi masajista) me haya denegado hoy el acceso a su habitación: luego te doy el bote de crema, y te das tu masaje en tu habitación, ¡vago! (esto último sobraba), me ha dicho nada más cruzar la meta negándome encima lo que le pedía, un mísero botellín de agua. Tampoco porque hayamos rodado una vez más a un ritmo de locos, con ataques constantes desde la salida. Ni porque nos haya pillado un tormentón de aúpa por mitad de la Sierra de Ayllón, a 1.500 metros de altitud. Ni porque después de quejarnos del calor, hoy hemos pasado hasta frío, 14 grados hacía allí arriba y encima empapados.
En realidad no ha sido por nada de esto concretamente, pero ha sido por todo. Todo está relacionado, cada excusa es un hipervínculo con la siguiente, incluso con algunas más que ni siquiera he mencionado.
Ayer fue el tercer día consecutivo en el que la fuga llegó a la meta. Yo, que no he venido a la Vuelta con intención de pasearme, quería estar en alguna de ellas, pero... no estuve en la de hace tres días, tampoco en la de anteayer y lo mismo en la de ayer. Y ahora es cuando debería lamentarme diciendo eso de "y no será porque no lo he intentado, pero no me ha acompañado la suerte". Pues no, lamentablemente eso no lo puedo decir porque no sería cierto: es que ni siquiera he podido intentarlo. Es que en el momento en el que se han fraguado las fugas, bastante tenía con darlo todo simplemente para aguantar allí. Tengo testigos, otros que iban cerca porque iban como yo; aunque lo de testigos es relativo porque en esos momentos bastante tienes con lo tuyo como para fijarte en lo de los demás. Así de triste, así de real. Así, tal y como lo cuento, pero Joseba (así se llama El Potro) no me cree.
Él se cree que yo no estoy cansado, que disfruto ahí en el pelotón en el momento en el que se va la fuga buena. Ya está, menos mal, que se vayan, un día menos para las vacaciones. Se cree que me gusta ir ahí de cháchara, contando batallas con unos y otros, sesteando y disfrutando de los pastelitos del avituallamiento. Que no, Potro, que no, que yo quiero estar ahí pero la cosa está muy mala, te lo digo yo aunque no me creas.
Un momento, que llaman a la puerta... era El Potro que refunfuñando, me dice que venga, que a qué espero, que vaya ya para el masaje. Si al final va a ser buena persona y todo. Voy para allá a ver si me recupera, porque aún y todo, quizá mañana aún haya alguna posibilidad de coger la fuga buena. Veremos.
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