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Columna
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La legión extranjera

Los pulsómetros ya dicen que la emigración es el problema que más preocupa a la ciudadanía en España. Y se entiende, después de que se hayan intensificado tanto la llegada de cayucos a Canarias como la bronca política en torno a aquellos cuerpos maltrechos y aquellas miradas desesperanzadas.

Pero hablemos hoy de quienes ya se "instalaron". El verano nos ha arrojado novedades bien diferentes, y hasta contradictorias, referidas a ese porcentaje de gentes "foráneas" con las que ya convivimos desde hace un tiempo. En Valencia, el cierre por falta de recursos de la casa Baobab, donde se habían podido recoger hasta 400 durante 4 meses, ha sido la vergüenza y el oprobio de nuestros inexistentes servicios sociales y de nuestras ausentes políticas de integración.

Dicen las estadísticas que son 641.000 los emigrantes formalmente contabilizados en tierras valencianas. Y las emigrantes, ya que cada vez son más las mujeres, principalmente latinoamericanas. Lo que pasa es que el tipo de ocupaciones que encuentran, fundamentalmente domésticas, y la forma de llegada (avión) no las hacen tan visibles como los hombres africanos que varan en la costa ante las cámaras (la ONU acaba de constatar que 95 de los 191 millones de personas que viven fuera de su país de origen son mujeres).

Mientras tanto, esa cosa tan vaga pero tan señorona que llamamos "mercado" va marcando sus leyes. Y hete aquí que inmigrantes con algunos papeles son ahora objetivo de reclamos de muy distinto signo (población target creo que se le llama en lenguaje pijo-publicitario). Como currantes (tan deseados para la vendimia y la naranja, aunque sea temporalmente) y como consumidores. Incluso como censo electoral, ya que constituyen un importante yacimiento de votos para las municipales y en más de un pueblo la voluntad de la legión extranjera podría dar un vuelco a las mayorías dominantes (ya ocurre así en algunos lugares de La Marina). Es decir, que todavía hemos de presenciar el cortejo nupcial de la clase política para conquistar unas papeletas que ya no van a proceder sólo de jubilados altos, rubios y ricos. Una novedad con su puntito de morbo en estas campañas de suyo tan sosotas.

Otra "virtud" de la población inmigrante ya más o menos regularizada, recientemente descubierta por los promotores, constructores y prestamistas (en general bastante más linces que los partidos) es que estas gentes necesitan pisos, tanto acá como en su país de origen. Y por tanto, también piden créditos por cantidades importantes, que además devuelven mucho más "religiosamente" que los indígenas. Y los sectores y las empresas más espabilados, mientras la derechona hacía como que lloriqueaba por la "invasión", enseguida se percataron de dónde hay business: alimentación (con productos específicos), ocio, telecomunicaciones, seguros, banca, sanidad...todo cuenta en el PIB. Los bancos aspiran a su "segmento" de inmigrantes, donde reconocen tener "nuevas oportunidades de negocio" y una mina de potenciales clientes.

Por eso de un tiempo a esta parte la táctica es, sobre todo, la de hacerles mucho la pelota. Para que se abran cuentas, para que se hagan soldados y defiendan la "patria" que les "acoge". Para que tengan los hijos que nosotras no queremos o no podemos tener. Para que pechen con los trabajos que aquí no queremos hacer... Y sobre todo, para que compren. ¿Verdad que se han fijado en que casi de repente también los catálogos de moda se han llenado de niños y niñas modelo con rasgos latinoamericanos, orientales, africanos y árabes? Claro: sus escolares también necesitan sudaderas y zapatillas, mochilas y cuadernos, y los euros de estas esforzadas familias son tan buenos como los de cualquiera, para que luego digan que somos racistas.

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No me acuerdo de quien dijo que al País Valenciano lo tendría que vertebrar la A-7 o nadie. Por la misma regla de tres creo que a "los otros" los están integrando los créditos hipotecarios y El Corte Inglés. O nadie.

Y mientras, allá al Sur, en medio del océano, las barcazas de colores siguen abarrotadas su tozuda travesía en pos de nuestro paraíso, sin temer que los portaaviones estén a punto de levar anclas. En esta mierda de mundo que hemos desorganizado el único consuelo es que aún nos queda el Francisco y Catalina.

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