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Columna
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La ciudadanía en el siglo XXI

Josep Ramoneda

En política los problemas son lo que son y la percepción que de ellos se tiene. Y es en el espacio que separa la realidad y la vivencia subjetiva del conflicto que se produce la confrontación política. Cuando el debate se decanta del lado de las percepciones, aparece siempre la tentación de la demagogia y el populismo. Pero la apuesta tecnocrática por la objetividad estricta es ineficiente, porque los problemas políticos no se resuelven sin cierta complicidad ciudadana. Naturalmente la distancia entre la realidad y la percepción la construyen, en buena parte, el discurso político y el discurso mediático.

Estos días los problemas de la inmigración se llevan todos los titulares. Los ítems mediáticos más habituales son: avalancha, devolución, conflicto, beneficio económico. Se perfila así un panorama en el que la verdad compartida, a partir de la que se juzga a los gobernantes, es la necesidad de frenar los flujos y devolver a los irregulares a sus lugares de origen. Y con suma facilidad la competición política se desplaza hacia una pugna retórica por quién se muestra más duro. Se equivocaría el Gobierno si entrara en esta puja con el Partido Popular. No puede renunciar, tal como me dice Jacqueline Bhabha, directora del comité de estudios sobre derechos humanos de Harvard, a los dos valores más reconocidos de su política de inmigración: la regularización y el respeto a los emigrantes.

Desde el punto de vista de la percepción, los problemas de la inmigración tienen que ver con la vulnerabilidad. Vulnerables son las personas que emigran, pero ellas han asumido el riesgo, su vulnerabilidad es real, no psicológica. Vulnerables se sienten las personas que ven de pronto cómo el paisaje habitual de la ciudad o del pueblo va cambiando con gentes de rasgos no familiares. La inmigración aparece como causa de una vulnerabilidad que tiene otras raíces y motivos: la inseguridad laboral en los actuales procesos de cambio global, una aceleración de los ritmos sociales que provoca vértigo, unas nuevas formas de violencia transnacional (del terrorismo a las mafias) y una conciencia de que las certezas sobre las que habíamos organizado nuestras vidas se desvanecen, cuando ni siquiera está claro que la patria sea nuestra y que la Iglesia católica sea la verdadera. Y la vulnerabilidad genera miedo, que es algo muy fácil de explotar por el oportunismo político.

Naturalmente la angustia que provoca la vulnerabilidad deforma la percepción de la realidad: las encuestas dicen que la gente piensa que en España viven muchos más inmigrantes de los que realmente hay. Las percepciones negativas vienen reforzadas por determinados discursos mediáticos y políticos: los que presentan la inmigración como una amenaza para las identidades nacionales o los que asocian impunemente inmigración con terrorismo o con delincuencia están contribuyendo poderosamente a que la percepción convierta al problema de la inmigración en algo más grave de lo que es.

Porque, vayamos a las cuestiones reales. De momento, el país ha asumido las oleadas migratorias con mucha mayor normalidad de lo que la demagogia política dice. Cierto que el momento de bonanza económica lo favorece y que los problemas graves vendrán si una crisis empieza a expulsar del mercado de trabajo a los que ahora está integrando masivamente. España lleva puesta una carga sobreañadida, que debería compartir con Europa. Y, en este sentido, se siente sola y vulnerable. La percepción de un cierto desbordamiento -que las autoridades canarias transmiten incesantemente, como argumento de presión, y que el Gobierno no consigue evi- tar- no hace sino aumentar la sensación de vulnerabilidad.

La inmigración es un problema más del llamado proceso de globalización, que en esta fase constructiva, en que los flujos económicos, ideológicos y de personas, van por delante de las instituciones políticas, y generan fenómenos nuevos de violencia y conflicto, provoca vértigo, vulnerabilidad y miedo en todas partes. En el fondo, en la cuestión de la inmigración lo que se está jugando es el concepto de ciudadanía en la era poscolonial. Como si de una revancha de la historia se tratara, los habitantes de las colonias se presentan en las antiguas metrópolis, en busca de trabajo y de derechos y obligaciones. Las fronteras ya no sirven para poner límites a la ciudadanía. ¿Qué es ser ciudadano en el siglo XXI?

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