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6.000 años de soledad

Este verano hemos asistido a un nuevo episodio del endémico conflicto árabe-israelí. En lo fundamental no hay nada nuevo que reseñar. Por un lado, un pulso asimétrico en el campo de batalla, con una desproporcionada demostración de fuerza del Ejército israelí en Líbano. Por el otro, una batalla en los medios de comunicación igualmente asimétrica. Las imágenes de la destrucción de las ciudades libanesas y los testimonios de la población asestaron un duro golpe a Israel, claro perdedor en la contienda mediática, especialmente en Europa, añorada madre, temida madrastra.

Ahora es el momento del regreso de los desplazados, de la reconstrucción de los hogares, del duelo por los muertos. Me ha impresionado especialmente la noticia de la muerte del hijo de David Grossman, uno de los intelectuales que representan lo mejor de la sociedad civil israelí. Es el momento también de analizar y sacar conclusiones.

La conclusión más evidente, a mi entender, es que Israel mantiene desde hace años una estrategia errónea y suicida. Israel recurre con demasiada facilidad a las armas, con lo que se ha labrado la imagen de un Estado guerrero, soberbio y violento. Ciertamente, la hostilidad árabe ha sido determinante en la evolución de la sociedad israelí, pues los países del entorno no han dado un momento de tregua al joven Estado. Pero eso no le exime de su parte de responsabilidad en la espiral de violencia de Oriente Próximo. Debe asumir sus responsabilidades sin escudarse en las culpas de otros, y actuar en consecuencia y sin dilación.

Urge un cambio de estrategia que contemple una política moderada y una reducción significativa del recurso a la fuerza, aunque duela. No por razones morales, no porque a los herederos de aquellos que sufrieron persecución en Europa se les deba exigir más que al resto de los mortales. Tampoco por idealismo: las condiciones para un diálogo no son las propicias. No. Las razones para un cambio de estrategia son interesadas y pragmáticas. Está en juego la supervivencia del Estado judío.

Por la fuerza, después de muchos años de desplegar su enorme potencial bélico, Israel no ha podido acabar con la insurgencia en los territorios palestinos ocupados en 1967 ni con los grupos armados del sur de Líbano, ni conseguir fronteras seguras. Además, al embarcarse en una contienda que cada vez tiene más el aspecto de una guerra colonial, la represión militar ha llegado a unos extremos que ha puesto en entredicho los pilares fundamentales de la democracia israelí. Tampoco se ha logrado que los sectores moderados aíslen a los violentos, pues la política de castigos colectivos, tan bíblica, ha fortalecido a los extremistas al generar sólo dolor y odio.

La única manera de aislar y contrarrestar a los grupos violentos y fanáticos es creando futuro, y no seguir haciendo la vida imposible a poblaciones castigadas y humilladas. Se impone una política de contención y de sacrificios para la que Israel va a necesitar líderes fuertes y decididos, con las ideas claras y sin miedo a la impopularidad de las medidas: ni Olmert ni Netanyahu dan el perfil, Amir Peretz es una incógnita y del incombustible Simón Peres mejor ni hablar. No va a ser nada fácil. El enemigo es terrible, violento, cruel, nada dispuesto al compromiso, y utiliza un aterrador discurso antisemita: Hamás y Hezbolá, Siria e Irán, sin olvidar los cada vez más poderosos grupos islamistas en los países árabes moderados de la región.

Hace unos días Norman Birnbaum mencionaba que un general israelí había declarado que Israel llevaba en guerra 6.000 años. Son muchos años de lucha, rodeados de enemigos, solos, desconfiando de todos (incluso de Estados Unidos, su principal valedor), exigiendo un trato de excepción en virtud de la especificidad del Estado judío o simplemente tomando la justicia por su mano de manera unilateral. Es el momento de decir basta.

Si quiere seguir siendo un "pueblo libre en su tierra", como se canta en ha-Tikwá (La esperanza), su himno, Israel debe dejar de comportarse como un francotirador, ingresar de manera plena, efectiva y responsable en el imperfecto concierto de las naciones y emprender una revisión profunda de sus manuales de Historia. En suma, debe seguir con el proceso de normalización (y de pérdida de inocencia) al que aspira el sionismo desde su fundación, y, por fin, tras más de cien años de costosísimos esfuerzos, dejar de estar solo y, en la medida de lo posible, ser uno más.

El futuro de Israel está en juego. Desde el estallido de la segunda Intifada se ha acentuado el pesimismo y el masadismo en la sociedad israelí. Se tiene la impresión de estar viviendo la segunda y definitiva fase de la guerra de Independencia, y de que el tiempo corre en su contra. Ariel Sharon, el viejo zorro curtido en mil batallas lo sabía muy bien, pero a él se le acabó el tiempo.

Pirro, rey del Epiro, fue un brillante estratega que puso en jaque a la naciente potencia de Roma, pero sus victorias eran terriblemente costosas: "¡Otra victoria como ésta y pierdo mi ejército!", es la frase que le atribuyen los romanos. De ahí viene la expresión "victoria pírrica" para referirse a triunfos que no compensan por el precio que hay que pagar y porque, lejos de dar esperanzas, complican el futuro de los vencedores.

Puede ser que a Israel le pase lo que a Pirro: que pierda la guerra sin haber perdido ninguna batalla. Tras los Seis Días de 1967, unos israelíes ebrios de triunfo pensaron que podrían quedarse con toda la tierra de la Biblia, "desde Dan a Beersheva". Tras la guerra del Yom Kippur, su particular Vietnam, descubrieron que no eran invencibles. En la guerra de Líbano de 1982, un Israel agresor se convirtió en factor desestabilizador más allá de sus fronteras para que hubiera "paz en Galilea". Luego, las dos Intifadas, que mostraron la inquebrantable voluntad de los palestinos para permanecer en su tierra, y las acciones punitivas que aceleraron la descomposición de la Autoridad Palestina.

Por una razón o por otra, por errores propios o ajenos, todas esas campañas, incluida la reciente contra Hezbolá en Líbano, se han cerrado en falso, no han resuelto los problemas sino que los han agudizado y han abierto nuevos frentes. Todas esas victorias tienen algo de pírricas, rasgo éste que se va agravando conforme pasan los años, se pudren las resoluciones y se enquistan los odios.

A pesar de tener el Ejército más poderoso de la región, Israel tiene un futuro muy complicado. Nada pueden hacer los muros defensivos ni las armas más sofisticadas contra Latifa, Zakiyye y otras, mujeres sencillas, duras y resistentes, mujeres-memoria de ojos tristes, matriarcas prematuramente envejecidas alrededor de las cuales se congregan numerosos hijos y revolotean multitud de nietos y bisnietos. Mujeres de Oriente, diosas madre, silenciosas y efectivas bombas de la fecundidad.

José R. Ayaso Martínez es profesor titular de Historia de Israel y del Pueblo Judío de la Universidad de Granada.

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