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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Victoria justa

La inapelable decisión del Tribunal Electoral de declarar la validez de los comicios del pasado 2 de julio y proclamar presidente electo al candidato derechista del PAN, Felipe Calderón, cierra definitivamente una página. Y debería llevar a su rival del PRD, el izquierdista Andrés Manuel López Obrador, a deponer su resistencia en la calle. Calderón sólo le ha sacado 234.000 votos o un 0,56%. Es una victoria ajustada, pero no por ello menos justa.

Ha llegado la hora de recomponer, no de seguir rompiendo platos. El Tribunal Electoral está libre de toda sospecha y ha actuado con profesionalidad. Su dictamen no es incondicional, pues ha planteado alguna duda. Para los magistrados, la irregularidad más grave la constituyeron las intervenciones, más o menos metafóricas, del actual presidente Fox, también del PAN, en favor de Calderón un mes antes de las elecciones, cuando debería haber respetado una escrupulosa neutralidad. Lo importante es que, aun cuando "no hay elección perfecta", según la juez Alfonsina Navarro, el Tribunal ha considerado que no se ha vulnerado de forma "importante y generalizada" ninguno de los principios rectores del proceso electoral. Pero encontró irregularidades. Y aunque, según un sondeo de El Universal, el 71% de los mexicanos rechaza la resistencia civil de López Obrador, sólo un raspado 51% cree que las elecciones fueron limpias. Es algo a tener en cuenta.

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México sigue en transición. Estas elecciones, las segundas presidenciales y parlamentarias realmente democráticas, son un paso importante. Por primera vez el Partido de la Revolución Institucional (PRI) no ha quedado como primer grupo en el Parlamento, y su evolución es una de las grandes incógnitas de futuro. Calderón necesitará su apoyo total o parcial para hacer pasar nuevas leyes, pues aunque el PAN es el mayor grupo, no cuenta con la mayoría suficiente. El destino político personal de López Obrador, que dejó la alcaldía de la capital para presentarse a las presidenciales, es también motivo de incertidumbre, pues queda sin ningún puesto institucional y en un partido en el que muchos trabajan ya para un futuro con otro nombre.

Calderón no tomará posesión hasta el 1 de diciembre, es decir, cinco meses después de las elecciones. Es un plazo demasiado largo que no guarda justificación en los tiempos actuales y que México debería acortar en un futuro. En este largo periodo, aunque haya ganado, Calderón debe percatarse de que los problemas que planteó López Obrador sobre la desigualdad y la pobreza durante la campaña siguen siendo los centrales. El presidente Calderón debe hacerlos suyos y afrontarlos de forma prioritaria. Con ello, ganará también él como presidente y México como país.

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