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LA COLUMNA | NACIONAL
Columna
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El curso de la inmigración

Josep Ramoneda

ACABÓ EL VERANO y el furor nihilista sigue instalado en el PP. No es de extrañar que el pulmón ideológico del partido ponga las cosas su sitio: sí a una guerra de destrucción creativa (que de momento ha destruido mucho y creado poco) como la de Irak; no a una operación internacional de paz como la de Líbano. Pura coherencia del aznarismo.

Sin embargo, no será ésta la cuestión que centrará la nueva temporada política, porque en el recuerdo de la guerra el PP lleva siempre las de perder. El PP se ha dado cuenta de que con su política obstruccionista en el País Vasco tiene poco que ganar y que el catastrofismo tiene recorrido limitado en un país que crece al 3,7%. Con lo cual, sus pulsiones nihilistas se centrarán en la inmigración. Y cuando el fuego político apunta en esta dirección, las bajas pasiones -del racismo a la xenofobia, pasando por el resentimiento- afloran con suma facilidad.

"La economía española sólo crece gracias a los inmigrantes": este titular, con pequeñas variantes, abría casi todos los periódicos un día de la penúltima semana de agosto. Sobre un decorado de las oleadas de cayucos y pateras, estas portadas expresaban las ganas de dar una buena noticia sobre la inmigración. Y al mismo tiempo lo hacían en los únicos términos que contabilizan positivamente en tiempos en que todo se cuenta en dinero. Si gracias a ellos la economía crece, quizá tendremos que mirarnos el problema de otra manera.

Pero ¿cuál es el problema? El problema es que España está en el lado norte de la frontera que marca el diferencial de bienestar más grande del mundo: entre la rica Europa y la miserable África. El problema es que al otro lado hay países en los que lo primero que los niños oyen de sus padres es que en cuanto puedan se larguen porque allí no hay expectativas. El problema es que, como ha dicho Amartya Sen, el mundo es "a la vez espectacularmente rico y dolorosamente pobre". El problema es que, ante la desesperación, los mejores, los que tienen inteligencia y coraje, lo seguirán intentando. Y, por tanto, los flujos existirán, gobierne quien gobierne, por lo menos mientras España siga creando puestos de trabajo.

Fue durante el gobierno del Partido Popular cuando se produjo la mayor entrada de inmigrantes en España, cuyos efectos el Gobierno de Zapatero palió en parte con una amplia regularización de los que estaban en situación ilegal. Fue el PP el que dijo que resolvería este problema con firmeza e intransigencia y lo único que consiguió fue dar cierta legitimidad a las actitudes xenófobas y excluyentes al establecer una relación directa entre inmigración / delincuencia que es la vía directa a la reacción y al conflicto.

Sorprende que el PSOE sea tan pacato en su respuesta a los populares. Sabemos perfectamente el modelo que tiene el PP: el modelo Sarkozy, con el que Francia ha tenido más de un sobresalto, pero sería un disparate que el PSOE se dejara intimidar por este estilo. En materia de inmigración, la izquierda ha de tener una política, pero no puede tener la misma de la derecha. La derecha no es capaz de vivir sin el "otro", sin un chivo expiatorio al que cargar todos los males. Para la derecha, el extranjero, salvo si es rico, siempre será un extraño. Y eso vale para la derecha española como para las derechas periféricas, que ven al extranjero como un riesgo de "desnaturalización del país". Pero la izquierda no puede tener este discurso: la izquierda debe plantearlo en términos de derechos y obligaciones. Y teniendo siempre muy presente el principio enunciado por Amartya Sen contra las veleidades multiculturalistas y excluyentes de raíz conservadora: "Nada puede justificarse en nombre de la libertad si se niega a la gente la posibilidad de ejercerla".

Como ha explicado Enrique Gil Calvo en La ideología española, hay una manera hispánica de hacer las cosas que en política pasa por "el sectarismo, la confrontación, el escándalo público y el cinismo". Al PP, poco le importa provocar un incendio en la convivencia si en él tiene que quemarse Zapatero. Y, sin embargo, la política de inmigración requeriría mucha cautela por todos lados. Porque sólo con prudencia y sin más ruido de la cuenta se pueden llevar a cabo los objetivos básicos: regulaciones razonables y posibles de los flujos, sobre la base del principio de que siempre es mejor un inmigrante legal -con derechos y obligaciones- que uno ilegal; acciones contundentes contra las mafias; compromiso ante la tragedia del Atlántico de una Europa que una vez más está afrontando un problema de vida o muerte con la frialdad e impotencia del burócrata engolado; mucha pedagogía democrática, y mucha ayuda a los municipios que son el territorio adecuado para afrontar las cuestiones básicas de relación y convivencia. A la hora de la verdad, la verdadera cuestión está en la calle: cómo vivir juntos.

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