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LA PLATA DE LOS JUEGOS OLÍMPICOS DE 1984 | Mundial de baloncesto 2006
Columna
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"Salid ya, que os están esperando"

Sonaron tres golpes en la puerta del vestuario del mítico Forum de Los Ángeles. Los jugadores de la selección española estábamos ensimismados leyendo los miles de telegramas que habíamos recibido a través de la federación después de que nos clasificásemos para la final de los Juegos Olímpicos de 1984. Algunos aprovechaban la última oportunidad para sacarse fotos al lado de las taquillas de Magic Johnson, Kareem Abdul Jabbar o James Worthy, maravillosos jugadores de aquellos Lakers de los 80. Faltaban menos de veinte minutos para el comienzo de la disputa del oro y en la cancha se calentaban Michael Jordan, Patrick Ewing, Chris Mullin, Sam Perkins, Wyman Tysdale y los otros angelitos que formaban el resto de la mejor selección universitaria de la historia del baloncesto. "Salir ya, que os están esperando". No recuerdo bien, pero seguro que alguno dijo la típica gracia: "Que vayan empezando, que ahora vamos". La verdad es que no había muchas ganas de ponerse a la faena. Todo lo contrario que diez días antes, cuando debutamos frente a Canadá. La organización no dejaba entrar en la cancha hasta que faltaban veinte minutos para el inicio de los partidos. Mucho antes ya nos agolpábamos en la salida intentando convencer a los agentes de seguridad para que nos dejasen saltar al parqué, pues no veíamos el momento de jugar en el mismo sitio que aquellos extraterrestres comandados por Magic que veíamos de madrugada por la tele. Cuando por fin nos dejaron, hicimos la rueda más intensa que se recuerda. Mate va, mate viene (los que podían), hubo un momento en que el cuerpo técnico nos llamó la atención por el innecesario derroche de energía. A veces la excitación resulta incontrolable.

El cuerpo técnico nos llamó la atención por el innecesario derroche de energía

Pero habían pasado unos cuantos días. Y ya sabíamos cómo se las gastaba el equipo del impresentable Bobby Knight. En el partido del grupo les resistimos medio tiempo, pero en el segundo nos dieron una buena tunda. Después llegó la semifinal ante la Yugoslavia de Petrovic. Ganamos remontando gracias a una zona. Ya teníamos la medalla de plata, mucho más de lo que esperábamos y, psicológicamente, los Juegos habían terminado para nosotros. De celebración en celebración, llegó la hora de la final. Era un trámite, pues en el fondo sabíamos que nuestras posibilidades eran nulas. Pero había que jugarla.

Entre bromas y comentarios sobre los telegramas (creo que hasta había uno de la actriz Monica Randall), nos fuimos para el campo. Todo resultó como intuíamos. Nos aplicaron su receta defensiva, se movieron a una velocidad a la que no estábamos acostumbrados, Jordan hizo alguna de las suyas, sufrimos la intimidación de Ewing y, salvo alguna foto para enseñar a nuestros descendientes, no hubo mucho más que mereciese la pena. Sólo queríamos que terminase lo más rápidamente posible para llegar al momento soñado.

La entrega de medallas. Eso sí que fue un puntazo. En el momento que nos colgaron la plata, fuimos conscientes de que lo que habíamos hecho era algo grande, una de esas cosas por las que merece la pena todo. Tampoco mucho, pues en el vuelo de vuelta y antes de llegar a Madrid, el comandante nos avisó de que había 5.000 personas esperándonos en Barajas. Estaba sentado al lado de Iñaki Solozábal y lo primero que pensamos es que igual coincidíamos con la llegada de alguna figura futbolística.

Hoy, el equipo español tendrá la oportunidad de subirse a otro podio. Esperemos que sea en lo más alto, algo que nosotros ni soñamos ni tuvimos la más mínima oportunidad de lograr.

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