_
_
_
_
_
Mundial de baloncesto 2006
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Recuerdos del 'angolazo'

Resulta inevitable. Desde hace 14 años, es ver una camiseta de Angola y retrotraerte a uno de los episodios más negros de la historia de nuestra selección. Ocurrió durante los Juegos Olímpicos de Barcelona 92. Con aquellos 40 minutos infames terminó definitivamente una época marcada, sin duda, por un entrenador, Antonio Díaz Miguel. El angolazo, como pasó a conocerse inmediatamente, fue el triste final de un descenso a los infiernos que, prácticamente, había comenzado ocho años antes, en los Juegos de Los Angeles, cuando España tocó techo logrando la medalla de plata olímpica con medio país trasnochando feliz y orgulloso de comprobar que no sólo del fútbol se alimentaba el deporte español.

A partir de aquello, la situación fue complicándose paulatinamente a pesar de que la edad media de aquel equipo rondaba los 25 años, lo que hacía suponer que la lista de éxitos cosechados hasta entonces no tenía por qué cerrarse. Pero el éxito no sentó bien. Empezando por Díaz Miguel, que cometió el error de personalizar en exceso en su figura la hazaña lograda. Pero eso no fue lo peor. De la valentía para afrontar retos inimaginables años antes, como plantar cara y derrotar a equipos como la Unión Soviética, Yugoslavia o incluso Estados Unidos, se pasó al miedo a perder el estatus conseguido.

Al año siguiente se esfumó la oportunidad de volver a subir al podio en la semifinal del Europeo más accesible que se podía tener, ante un veteranísimo equipo checoslovaco al que habíamos derrotado dos veces con claridad en la fase de preparación.

Llegó el Mundial de España 86 y el ambiente ya distaba de ser el ideal. Brasil nos cerró el paso y quedamos quintos. En los Juegos de Seul 88 y después de hacer lo más difícil, derrotar precisamente al potente equipo brasileño de Óscar Schmit, Australia fue nuestro verdugo.

Ya por entonces la figura de Díaz Miguel estaba bastante deteriorada. Por dentro del equipo y también por fuera. Quizás era el momento de un cambio de rumbo, quizás Antonio debió darse cuenta de que su situación era insostenible, con buena parte de los medios de comunicación atacándole sin piedad y sin ninguna cobertura y defensa por parte de los jugadores. Pero se aferró nuevamente al puesto y apostó por un nuevo ciclo olímpico que resultó devastador para él y para la selección.

En el Mundial de Argentina 90, un nuevo varapalo: décimos. En un hotel de Buenos Aires, un ex jugador, Cristóbal Rodríguez, médico del equipo y amigo íntimo suyo, se pasó una noche entera intentando convencerle de que aquello ya no merecía la pena; de que todo lo que había hecho por el equipo nacional, que fue mucho y nadie lo puede rebatir, podía tener un desagradable final. Pero Antonio era muy testarudo y, con los Juegos de Barcelona en el horizonte, insistió, con el beneplácito de la federación, en mantenerse al frente.

Y así se llegó a la cita barcelonesa. Si los problemas de comunicación y la mala química del equipo no hubiera sido suficiente, hubo una amenaza de huelga por parte de los jugadores ante los deseos de la patronal de permitir un tercer extranjero. Visto hoy en día, resulta hasta cómico dados los efectos de la ley Bosman.

Durante los Juegos, España fue de mal en peor. Hasta que llegó Angola, un equipo inexistente en el panorama. La paliza fue de órdago. La sensación de vergüenza total. El banquillo, superado. Los jugadores, ausentes y probablemente inconscientes de que, además de suponer el fin de Antonio, también ellos estaban fracasando estrepitosamente.

Minutos después de terminar el partido se celebró la rueda de prensa más penosa de la historia. La sala estaba llena de periodistas. Ya se sabe el atractivo de estos descalabros. No recuerdo si fue la primera pregunta, pero no tardó en salir. Antonio, ¿has pensado en dimitir después de esto? Y, una vez más, Díaz Miguel, uno de los grandes artífices de la modernización del baloncesto español, negó la evidencia. Incluso para sus detractores, aquello fue una imagen tristísima. Era un león herido, atacado por todos, pero que se resistía a su suerte.

Ante el clamor popular, la federación decidió cambiar y Lolo Sáinz se convirtió en el nuevo seleccionador.

Afortunadamente, en 1999 aparecieron en escena unos chavales dotados para este deporte como pocos. De su mano, el baloncesto español ha recuperado definitivamente su autoestima. Una autoestima que quedó dañada durante una década por un día para la historia. El día del angolazo.

Antonio Díaz Miguel, rodeado de los jugadores de España en los Juegos Olímpicos de Barcelona 92.
Antonio Díaz Miguel, rodeado de los jugadores de España en los Juegos Olímpicos de Barcelona 92.EFE

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_