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Reportaje:Accidente ferroviario en Villada

Una catástrofe a la puerta de casa

Los vecinos de Villada digieren el accidente de tren inmersos en la pena por las víctimas pero satisfechos de la ayuda que le prestaron

Elsa Granda

Apenas unas botellas de agua recuerdan que el lunes los vecinos de Villada se tiraron como una piña a la vía para rescatar y atender a los pasajeros del tren accidentado que unía Vigo y Hendaya. En la estación hace tiempo que el reloj del andén perdió las manillas y no marca la hora. Sobre los raíles, hierros retorcidos y el vagón 121, el más afectado por el impacto, rubrican la tragedia. Un pedazo se arruga como un acordeón, por una de las ventanillas se ve parte de una chaqueta azul... En Villada, un pueblo palentino de 1.200 habitantes, su alcalde, Julián González, no da abasto con las llamadas, los vecinos son casi expertos entrevistados y las instalaciones de la empresa Pipas Facundo recuerdan a un improvisado plató de televisión.

"A mí se me murió una chica en los brazos", recuerda nerviosa Rufina
A muchos les gustaría saber qué fue de aquella persona a la que socorrieron
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El tren descarriló a más de 120 kilómetros por hora donde el máximo permitido era de 40

En el hospital Río Carrión de Palencia los heridos van recogiendo sus altas y recuerdan a quienes les ayudaron; y éstos no son capaces de borrar de su retina lo que vieron tras el accidente, cuando, sin pensar en que podría irrumpir otro tren en la vía, acudieron a auxiliarles. A muchos les gustaría saber qué fue de aquella persona a la que socorrieron, pero los intercambios de teléfonos no caben en las tragedias. Unos y otros se recordarán siempre.

Félix, de 72 años, que resultó ileso y esperaba en el hospital unas pruebas de su mujer, de 68, insistía: "Ponga a los del pueblo y a los de las pipas, que se han portado maravillosamente. Escríbalo". Y prosigue: "A nosotros nos llevó a su casa un señor alto, que nos dejó llamar por teléfono a nuestra hija. Y cuando se lo agradecimos me dijo: 'Para eso estamos, para ayudar a la gente".

Unos metros separan el aparcamiento de Pipas Facundo de la vía, justo donde se produjo el accidente; una puerta de malla da paso a los raíles. Por allí desfilaron decenas de personas, improvisados médicos, enfermeros, psicólogos y bomberos por unas horas. Nadie ni nada era lo que parecía: una nave de 1.000 metros se convirtió en un hospital de campaña, las viviendas en casas de socorro improvisadas. Sus testimonios, desgarradores. Mucha gente y mucha organización, eso es lo que hubo en Villada. Su esfuerzo ha sido alabado y se sienten orgullosos, con ese resquicio de pena que da el no haber podido hacer más.

Eran las cuatro menos cinco de la tarde cuando los vecinos de las casas cercanas a la vía y los trabajadores de la empresa de aperitivos oyeron un estruendo. Dori dejó atrás su casa pidiendo auxilio y llamó a emergencias. "Algo terrible. Algo que no tendríamos que haber visto", recuerda. Jesús, policía nacional de 25 años, oyó a su vecina chillar. Vio la situación y se lanzó a romper las ventanillas con piedras, "pero no había manera", tuvo que utilizar un martillo. Fue de las seis primeras personas en acudir al rescate. Cuando llegó vio a la gente amontonada en los vagones, a personas que intentaban salir por las ventanillas, se topó de frente con los fallecidos del vagón más afectado. "La imagen que más me impresionó fue la de un chico de unos 22 años con convulsiones y con las piernas atrapadas, y muy cerca a dos personas muertas. Creo que una de ellas era su novia. Saqué a una chica que estaba muy mal de un vagón, y a otra que me repetía que le hablara, que se iba a quedar inconsciente. Me gustaría saber cómo están, pero no he podido localizarlas".

Todo el mundo fue imprescindible el lunes en Villada. Eduardo, de 13 años, sujetó goteros, ayudó a curar a los heridos, sacó a dos o tres personas del tren... Mientras quienes no tenían valor para hacer frente a la visión del siniestro preparaban tilas y bocadillos, transportaban agua, hacían pequeñas curas... "No hay medios como en una capital, pero salió perfecto", recordaba ayer Ascensión.

La noche ha sido eterna para Rufina, de 57 años, que ofrece agua y cualquier otra cosa que necesite quien pase frente a su puerta. El trago cree que no se le pasará en la vida. Estaba fregando cuando oyó un estruendo, a gente pidiendo auxilio y a su vecina gritar: "¡Rufi, que ha pasado algo muy gordo!". Su relato es nervioso y acelerado: "A mí se me murió una chica en los brazos". Hace una pausa y continúa: "La llevaba en brazos, iba con un pantalón vaquero y una camisita blanca. Estaba muy mal. Le dije: '¿De dónde eres, chica?'. Y me respondió muy bajito: 'De Orense'. Cerró los ojos y se murió. Lo que yo viví ayer no lo sabe usted". También tuvo que atender a otro joven que le pedía que le hiciera un torniquete en una pierna. "Me decía: 'No me deje solo, que me estoy desangrando".

Los trabajadores de Pipas Facundo aplauden tras guardar un minuto de silencio por las víctimas del accidente de Villada.
Los trabajadores de Pipas Facundo aplauden tras guardar un minuto de silencio por las víctimas del accidente de Villada.EFE

"Demanda del corazón"

La cercanía de las instalaciones de Pipas Facundo propició que sus más de 100 empleados tuvieran que enfrentarse a la situación antes de que llegaran los servicios de emergencias. Alberto oyó que el suelo temblaba y dijo: "Qué deprisa va ese tren, ¿no?". Después de muchas horas de atender a los heridos, salió con su camión hacia Bilbao, y en el camino, en un bar de Vitoria, se quedó perplejo: "Reconocí a algunas de las personas del accidente. El autobús que puso Renfe para trasladarles a Irún se averió por el camino y allí estaban".

Puede que nunca se hayan vendido tantos periódicos en Villada. Los rescatadores más atrevidos se van dejando ver en las calles y casas del pueblo, pero con vergonzosa modestia. El consejero delegado de Pipas Facundo, Vicente Villagrá, señalaba: "Sacaron los camiones, bajaron taquillas, cogieron extintores, sacaron a la gente, curaron a los heridos... Todos hemos actuado por una demanda del corazón".

Los camiones volvieron ayer a ocupar la nave de Pipas Facundo; cada cual se ocupaba de sus labores. A mediodía, unos minutos de silencio y una oración por las víctimas. A las ocho, misa en la iglesia. En Villada, la tristeza se irá apagando, pero el orgullo permanecerá. Quedan por delante tres días de luto oficial.

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