Forajidos a la fuga en Flandes
La policía belga busca a los miembros de una banda de ladrones que se fugó el sábado de la cárcel tras reducir a los guardianes
Un guión de cine no hubiera resultado tan inverosímil como la gran evasión de los presos de Termonde. La policía belga ha pasado el fin de semana rastreando el pequeño país plano, en busca de los 28 presos que la madrugada del sábado, sin apenas ejercer violencia se fugaron de la cárcel de Termonde, en la región de Flandes. La búsqueda por tierra y aire dio parte de sus frutos, y nueve de los forajidos fueron cayendo poco a poco en manos de los agentes, pero anoche, 19 todavía andaban sueltos.
El paso del tiempo ha hecho incluso que las autoridades belgas se inclinen por pensar que tal vez hayan podido cruzar la frontera. Mientras, la ministra de Justicia belga, Laurette Onkelinx insistía en lo obvio, en que la prioridad ahora no es el debate político, sino dar con los fugados. Aunque tal vez no sea tan obvio teniendo en cuenta la necesidad de desviar la atención ante la lluvia de críticas que ha empezado a recibir su Gobierno al que culpan de la evasión por el mal estado del penal de Termonde, un bello edificio levantado a finales del siglo XIX, y del que hace ya cinco años el ministerio de Justicia había anunciado su renovación. El director de la prisión, Roland Mertens explicó que estaban esperando recibir puertas metálicas y que, el próximo septiembre, iban a llegar nuevas cerraduras, según recogía ayer la prensa belga.
La televisión y un periódico publicaron ayer las fotos de los forajidos, muchos de ellos miembros de una banda de ladrones procedentes del este de Europa.
Entre la galería de presos fugados se encontraba el iraquí Hassan Ammar Rafiq, el octavo recluso capturado y al que la policía echó el lazo cuando caminaba tranquilamente por una calle de Lelleke, cerca de Termonde, al oeste de Bélgica, según indicó el fiscal Christian Du Four, en declaraciones a la agencia Belga.
Poco después terminó la aventura de su compatriota Asbi Aziz, al que los agentes, alertados por los vecinos, sorprendieron durmiendo en un café vacío. Los dos iraquíes, como el resto de sus compañeros, no han cumplido los 30 años.
Tal vez fue su juventud la que les permitió, armados de sábanas, encaramarse a los muros del penal y esquivar el alambre de espino que corona la fortaleza de ladrillo visto, del que este fin de semana, todavía se podían ver colgando restos de las telas anudadas que hicieron las veces de escala.
La noche del sábado, para llegar hasta el patio, los ladrones redujeron antes a los tres guardias que custodiaban esa noche la cárcel. Les amenazaron con un trozo de espejo y con un cubierto, y así consiguieron que les entregaran el manojo de llaves que fue abriendo una a una las celdas de sus compañeros. A partir de ahí, comenzó la huida que dura ya dos días y que mantiene en jaque a un país en el que la realidad ha superado por enésima vez la ficción.
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