Mozart y el conflicto palestino- israelí
En la integral escenificada de las óperas de Mozart que está ofreciendo este verano el Festival de Salzburgo a Zaide le han buscado una pareja, en un intento de dialogo cultural entre Oriente Próximo y Occidente. Se da la circunstancia de que la pieza mozartiana es una obra inacabada -algo que no comparte Harnoncourt, que defiende que es una radical composición tal como está- y que sus protagonistas son una pareja de cautivos occidentales que se enamoran en un serrallo. Todo ello ha dado pie a un proyecto que combina su música con Adama, obra de la compositora israelí Chaya Czernowin (1957) sobre el mismo tema, pero desde una perspectiva actual. Czernowin había causado muy buena impresión en una ópera sobre el Holocausto, Pnima...ins innere, en la Bienal de Múnich de 2000 y ahora se plantea el conflicto palestino-israelí.
Los dos títulos han sido desarrollados por el mismo equipo escénico, esa pareja de moda en Europa formada por el director de escena alemán Claus Guth y el escenógrafo Christian Schmidt, que actualmente tienen en cartel El holandés errante en Bayreuth y Las bodas de Fígaro en Salzburgo.
Cada obra tiene su propia orquesta. En el foso tradicional está la del Mozarteum de Salzburgo, soberbia a las órdenes de un inmenso Ivor Bolton. Al fondo del escenario se sitúa el Ensemble austriaco für Neue Musik, con Johannes Kalitzke al frente. Las músicas se alternan respetuosamente y, claro, la de Mozart es como un espejismo. Destaca demasiado. Las cosas son como son. El reparto vocal es discreto y, en todo caso, destaca la voluntariosa protagonista mozartiana a cargo de la soprano Mojca Erdmann.
Lo sensacional es la puesta en escena. Claus Guth y su equipo despliegan un universo lingüístico autónomo que hace compatible la fragmentación con las escalas, la máscara con la distorsión de la fantasía, el sentimiento con la opresión. Nada es inocente. La tortura se hace presente pero también la liberación por el amor, o, si se prefiere, por la música de Mozart. La de Czernowin no está a la altura. La idea de la alternancia es excelente, aunque su plasmación no acaba de convencer. Ello no invalida el planteamiento. Al contrario. Pero lo que da unidad a todo es la realización teatral y plástica. Guth y su equipo son unos maestros de la creación de atmósferas. Sus cabezudos producen pavor. Su utilización de las proporciones en los objetos cotidianos da al relato un tono de pesadilla fantástica. Los cantantes-actores hacen el resto. El espectador sale desasosegado del espectáculo, pero su calidad es tan excelsa que merece un respeto. El público aplaudió a los intérpretes y se dividió ante la compositora israelí. La dirección de escena y la musical obtuvieron un reconocimiento unánime.
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