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Columna
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Memoria histórica, presente amnésico

La reciente declaración de Günter Grass confesando que había servido durante la II Guerra Mundial en las Waffen-SS, ha generado revuelo en toda Europa. Grass, como tantos jóvenes alemanes, se vio obligado a tomar las armas en las postrimerías de la II Guerra Mundial; lo que no se sabía hasta ahora es que militó en una organización nazi y no en la Wehrmacht. La polémica, más allá de las miserias del mundo cultural alemán (pues éste será tan miserable, sin duda, como algún otro "mundo cultural" del que tenemos noticia) resulta desproporcionada, absurda e innecesaria. Imputar a una persona de ochenta años y décadas de contrastada trayectoria intelectual los errores que pudo cometer a los diecisiete entra de lleno en el ridículo. Recuerda a esa exigencia de intachable moralidad que imponen los norteamericanos a sus candidatos. El celo de los norteamericanos en este aspecto es de un puritanismo atroz: la revelación de que fumó un porro o copió un examen en el instituto puede acabar con la carrera de un político. Afortunadamente, en Europa nos ahorramos esas persecuciones patológicas, esa estúpida policía de las costumbres, pero corremos el riesgo de adoptar una conducta parecida en el plano ideológico. Por eso la polémica sobre el pasado de Günter Grass debería quedar desactivada con sólo emplazar al protagonista a la edad de 17 años y poniendo al otro lado de la balanza más de seis décadas de intenso activismo democrático.

Llevamos una temporada de obsesivo retorno a los horrores del pasado, de revisión histórica y política. El examen al microscopio de la biografía de Grass no está alejada de la obstinación con que ahora mismo, en el Estado español, recobramos hasta el último vestigio de la represión franquista. Lo que ocurre es que esa recuperación de la memoria histórica contrasta con la paradójica indulgencia con que se observa cierta actualidad. Agudizar nuestra mirada sobre el ayer no tiene por qué adensar la ceguera sobre el presente. Muy al contrario, si parece conveniente denunciar las antiguas dictaduras, resulta mucho más apremiante denunciar las actuales, aquellas que no ya asesinaron y encarcelaron, sino que asesinan y encarcelan ahora mismo.

Por eso sorprende ver cómo flaquean ciertos adalides de la recuperación de la memoria histórica cuando se trata de juzgar las dictaduras que aún nos quedan. La enfermedad de Fidel Castro ha vuelto a poner sobre la mesa una de las más antiguas tiranías del planeta. Numerosos políticos y analistas, también de otras formaciones, pero señaladamente de Izquierda Unida, desde su coordinador general hasta los cercanos concejales de Ezker Batua, invierten los últimos días en constantes apologías de una dictadura rancia e indefendible. Y este ejercicio contrasta especialmente en Euskadi, donde tanto la sociedad como los partidos del gobierno se han acostumbrado a exigir, y además con razón, explícitas condenas de la violencia de ETA a la izquierda abertzale o a criticar vehementemente al Partido Popular por no haber condenado el alzamiento de Franco.

En ese paisaje de acrisolada exigencia democrática, estrecho marcaje al adversario e imposición de rigurosas condiciones para obtener el "label" democrático, sorprende la desvergüenza de ciertas formaciones, o de algunos de sus representantes más caracterizados, que no dejan de proferir bochornosas alabanzas de Fidel Castro y de su régimen. Cuba fue en otro tiempo el burdel de Estados Unidos: no se ve cuál es el progreso por haberse convertido ahora en el burdel del agro español. Castro y su régimen representan medio siglo de poder absoluto, represión político-social y ausencia de garantías democráticas. Castro y su régimen han reducido al pueblo cubano a la miseria y muestran el vergonzoso saldo migratorio de dos millones de exiliados. Aquí nos rasgamos las vestiduras porque algunos no condenan el alzamiento de Franco o nos escandaliza descubrir unos meses de juvenil militancia fascista en un anciano. Pues ya va siendo hora de que, hablando de cosas más cercanas, algunos nos ahorren la sonrojante apología de una de las dictaduras más grotescas que hemos heredado del siglo XX.

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