_
_
_
_
_
Crónica:SIN PERDER LOS NERVIOS
Crónica
Texto informativo con interpretación

Libaneses, brava gente

No hay límite para la emoción de asistir al empecinamiento con que los libaneses chiíes del sur intentan llegar a lo que queda de sus hogares, por lo que queda de los caminos que antes transitaron. Libaneses chiíes: brava gente.

En realidad, me gustaría decir libaneses a secas. Libaneses, brava gente. Vosotros los que habéis muerto, los que habéis tenido que huir. Vosotros los que habéis recibido a los refugiados y que, en la excepcionalidad del momento, lejos de vuestros jefes de tribu -desaparecidos bajo la cama; el más espectacular, el hijo de Hariri, que durante todo el conflicto hizo el sputnik, girando de un país a otro-, casi abandonados por un Gobierno impotente y un Ejército inane, os habéis sentido hijos del mismo país y de la misma desdicha. Libaneses, brava gente.

Mi fe en vuestra capacidad de recuperación es infinita, como lo es mi temerosa confianza en vuestra facultad de sufrimiento
Más información
Decenas de cadáveres aparecen entre los escombros en las poblaciones del sur libanés

Dais ganas de que crea en la utilidad de la resolución tortuga número 1701 de Naciones Unidas. En todo caso, mi fe en vuestra capacidad de recuperación es infinita, como lo es mi temerosa confianza en vuestra facultad de sufrimiento. Que Dios no os mande todo lo que podéis soportar, solían decir las monjas de antes y algún que otro escritor católico y demodé, tipo François Mauriac. Bien sabe el cielo, pero lo saben sobre todo los infiernos, la firmeza ante la adversidad propia y ajena con que los libaneses viven su fragmentada libanidad, su pertenencia a un país que tantas décadas lleva sin decidir qué nación quieren ser.

¿Qué fuerza de interposición extranjera provisional, o como se llame, comprenderá las complejidades y sutilezas y repentinos cambios de humor que fácilmente convertirán a los cascos azules en cómplices de los aspirantes a ocupantes, cuando no sean tomados por ocupantes ellos mismos, en vez de por pacificadores? Miedo me dan esos 15.000 soldados prometidos y que haya entre ellos un contingente español. Avispero libanés. Avispero de brava gente y de retorcidos caminos, más impracticables para la torpeza internacional que las ruinas abandonadas por el Tsahal.

No hay nada más difícil que mediar en las disputas. Tomen el caso del Bus Turistic barcelonés, que no tiene nada que ver con Líbano pero que no deja de necesitar una interposición autoritaria. Parece que hay tres puntos calientes, tres puentes -uno en General Mitre, otro en Montjuic y otro en el Maremágnum- en donde grupos de gamberros se sitúan regularmente para arrojarles a los turistas restos de hamburguesas, huevos, helados de cono y, en temporada, incluso bellotas. ¿Creen ustedes que por ello ha sido necesario interponer a unos cuantos mossos d'Esquadra, para que controlen al personal? No fotem. Una cosa es proteger al turista, y otra muy distinta parecer un cuerpo represivo. Por consiguiente, se opta por que sean los propios empleados del Bus quienes pidan disculpas y les arreglen los desperfectos a los enfurecidos y desconcertados turistas. Y aquí paz y después gloria.

Pues bien, me pregunto si no deberíamos hacer lo mismo en Líbano. Ir allí para hacer ver que empujamos a Israel, asistir a la ceremonia en que los hombres de Hezbolá, sin desarmarse y entre vítores, se integren en el Ejército libanés -con su correspondiente uniforme y para permanecer en el sur, que es lo que ellos han demostrado saber defender-, y salir para casa con viento fresco. Antes de que se vuelva a armar, de una manera u otra, con ayuda ajena o por reconocidos y renovados méritos propios.

Me verán escéptica, pero estoy sólo empezando. Aunque eso no me impide llorar como una magdalena cuando veo a uno de mis muchos conocidos llamados Mohamed hablar para el telediario y congratularse por el triunfo de haber rechazado a Israel, una vez más. Vivía en uno de los suburbios arrasados y se salvó por quedarse a dormir en la tienda en donde despachaba material digital para cámaras. Cuando me despedí de él, hace casi tres semanas, aparecía macilento, cansado, pero aún así levantó el puño para saludarme, en señal de resistencia.

Brava gente, sí señor. Brava gente.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_