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MAR DE COPAS
Columna
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Teología budista y astringente del té

Hace dos años, con la intención de escribir un artículo sobre el empresario Roman Abramovic, viajé fugazmente a Londres. Quería entrevistarme con un experto en movimientos financieros (asesor de un importante grupo banquero) y aclarar mis dudas sobre las cuentas del Chelsea Football Club. Mi intención, además de peregrinar por los pubs de sus respectivas aficiones, era comprender la delirante tesorería de Abramovic. Nunca publiqué el artículo porque no entendí nada de lo que me contó mi interlocutor, pero aprendí algunas cosas sobre el té. Lo primero que hizo fue citarme en un céntrico salón de té, marcando distancias entre mi informalidad de forofo diletante y su deslumbrante formalidad. El local, situado en un edificio de Picadilly, se llamaba (y se sigue llamando) Fortnum & Mason y, menos yo, lo conocía todo el mundo desde que se fundó en 1707. En la fachada hay un reloj que, a según qué horas, da la tabarra al vecindario y congrega a unos cuantos turistas deseosos de ver la coreografía de dos autómatas que escenifican la ceremonia del té con la solemnidad del protocolo británico (es el equivalente al cambio de la Guardia Real aplicado al servicio).

Pedí una inoportuna limonada y mi informador una mezcla sofisticada de tés que costaba (pagué yo) tres libras esterlinas. Algo que estimula tanto a un brillante asesor de banqueros y que se cotiza a estos precios tiene que ser muy bueno, pensé (entonces no sabía que la independencia de Estados Unidos empezó con una rebelión contra los precios del té). Mi invitado lamentó que se hubiera perdido el rigor en unos términos idénticos a los que expresa el teólogo (¿o debería decir teólico?) Gilles Brochard en su Pequeño tratado del té: "¿Sabe alguien que las hojas del té deben retirarse imperativamente de la tetera para evitar que el resultado sea demasiado amargo o demasiado astringente? ¿Quién se preocupa del agua? ¿Quién se toma la molestia de preparar el té con el agua mineral adecuada, calentada a menos de cien grados?". El té, pese a las negligencias que critican sus devotos, sigue siendo una prestigiosa opción para combatir la sed. Leo en la no menos prestigiosa La historia del mundo en seis tragos, de Tom Standage: "Tanto los monjes budistas como los taoístas descubrieron que el té ofrecía una valiosísima ayuda para la meditación, puesto que mejoraba la concentración y ahuyentaba la fatiga, cualidades que en la actualidad se saben atribuibles a la cafeína (teína). Lao Tsu, el fundador del taoísmo, que vivió en el siglo VI antes de Cristo, creía que el té era un ingrediente esencial del elixir de la vida". Claro que los budistas no podían sospechar que los ingleses estropearían el invento con un chorrito de leche que afea su aspecto, transforma su sabor y reduce sus efectos espirituales.

Cóctel: Ginger Rum Tea.

Una copa de ron, una taza de té y jenjibre en conserva. Preparar directamente en la taza de té caliente, vertiendo la copa de ron y añadiendo el jengibre. Kippis! (¡Salud! en finlandés).

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