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La Conferencia Episcopal encauza sus discordancias

"Arrepentimiento, propósito de la enmienda, reparación y petición de perdón". Esta tesis del cardenal de Madrid, Antonio María Rouco, expresada en junio pasado, se abre camino en el episcopado español a medida que pasan los meses tras la tregua de ETA. Ayer la reiteró en Bilbao el obispo Ricardo Blázquez, sustituto de Rouco en la presidencia de la Conferencia Episcopal desde marzo de 2005. La tesis oficial de la jerarquía católica fue, inicialmente, que con el grupo terrorista no hay diálogo posible. "No puede ser considerado como interlocutor político de un Estado ni representa políticamente a nadie", dijo el portavoz de la Conferencia Episcopal, Juan Antonio Martínez Camino, nada más conocerse el anuncio de la tregua.

Los prelados apelaron entonces sin matices a su Instrucción pastoral de noviembre de 2000, Valoración moral del terrorismo en España, de sus causas y de sus consecuencias.

"Ante cualquier problema entre personas o grupos humanos, la Iglesia subraya el valor del diálogo respetuoso, leal y libre como la forma más digna y recomendable para superar las dificultades. Al hablar del diálogo no nos referimos a ETA, que no puede ser considerada como interlocutor político de un Estado". En cambio, los obispos de las tres diócesis vascas recibieron el anuncio de la tregua "con alivio", y "con esperanza" el posible diálogo.

El tiempo ha limado las aristas, poniendo sobre la mesa la idea fuerza que desde el principio enunció el obispo Blázquez: que se atienda mejor a las víctimas y, en relación con ese objetivo, que los terroristas tengan el coraje de pedir perdón por el daño causado, dejando de lado juicios de valor sobre el proceso de diálogo que pudiera articularse. Blázquez había reconocido antes que la Iglesia católica no siempre ha expresado adecuadamente la debida "cercanía a las víctimas" del terror etarra. "Nuestra diócesis vive en una sociedad muy tensa. He tenido la necesidad de estar muy bien informado, de conocer matices y escuchar a unos y otros. Ser obispo en el País Vasco requiere que no sólo sean dos ojos los que vean, sino cuatro o seis", declaró entonces quien había sido recibido con recelo y desprecios por el Partido Nacionalista Vasco cuando llegó a Bilbao, desde la diócesis de Palencia, en 1995. "Ese tal Blázquez", se le dijo entonces desde la dirección peneuvista.

Otro cuento es el debate nacionalista que se avecina. El cardenal de Toledo, Antonio Cañizares, ha fracasado de momento en su idea de que la Conferencia Episcopal debe pronunciarse sobre la unidad de España, que él considera "un bien moral". Pero la cuestión sigue abierta. La famosa Instrucción pastoral de 2000 sobre el terrorismo ya dijo algo al respecto: "Las naciones, aisladamente consideradas, no gozan de un derecho absoluto a decidir sobre su propio destino. La Doctrina Social de la Iglesia reconoce un derecho real y originario de autodeterminación política en el caso de una colonización o de una invasión injusta, pero no en el de una secesión". Ayer mismo el obispo emérito de San Sebastián, José María Setién, precipitadamente jubilado por el Vaticano en el año 2000, adelantaba, en declaraciones a dos diarios vascos, lo que valen a veces este tipo de proclamaciones. "Considerar que la Conferencia Episcopal tiene autoridad sobre cada uno de los obispos es una equivocación", proclamó.

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