QUE DIOS ME PERDONE
Yo le tengo tanto vicio a la noche que el hecho de que a las ocho sea aún de día me parece un abuso del astro rey. Me meto en el teatro Español y así me ahorro las últimas puñaladas del sol de la tarde. Me gusta la noche urbana. Los guapos parecen más guapos y los feos personajes de drama valleinclanesco. Sentada en la butaca del precioso teatro diminuto me veo de nuevo y con alegría rodeada de los viejos actores. Cada uno me ha dado una cosa. Esperanza Roy. El cuerpo intelectual la recordaría por La vida perra, pero en mi corazón quedó cantando con voz masculina aquello de: "Yo soy la vedette de un teatro de revista, ¡jajaja!, empecé siendo corista, y como soy chica lista, aquí me ven de vedette de revista". A mi lado tengo al hombre que me enseñó todas aquellas canciones, Paquito Valladares, la voz de Dios en las viejas películas. Cuando rezo, (porque yo rezo aunque sólo sea para que la Iglesia católica aprenda a comportarse) a veces confundo a Jesucristo con Paco. Y que Dios me perdone, pero no me va mal. He pasado dos años sin ver a los cómicos de mi vida. Compruebo que los actores no se hacen viejos como usted o como yo, ellos más que envejecer adecúan su físico para adaptarse a futuros personajes. Como no soy actriz no siento competencia. Como no soy crítico no tengo que rehuirles. Yo a los actores los disfruto en sus historias de niños chicos. La razón por la que había tantos cómicos en el teatro Español es porque se estrenaban dos zarzuelas, Adiós a la bohemia y Black el payaso. A mí siempre me ha gustado la zarzuela, pero sólo me atrevía a decirlo en casa. En cuanto estaba a punto de salir del armario leía el artículo de un escritor modernillo que tachaba el género de casposo y franquistón y yo me achicaba, aún sabiendo que nada hay más fácil que poner adjetivos a lo que se desprecia. Pero la presencia de actores entre el público es la prueba de que un espectáculo tiene interés. La razón principal en este caso era Mario Gas. Lo que toca la mano de este señor talentoso siempre merece la pena. Vi con emoción Adiós a la bohemia y al salir al hall a respirar otras opiniones me encontré con Máximo, el dibujante. Máximo es dulce, caballero, pero siempre te da un toque. Lo hace de forma tan sutil que en vez de mosquearte (que vendría a ser lo habitual) te quedas rumiando. "Sólo te falta, me dice con su media sonrisa, un artículo sobre la guerra". Se refería a las guerras del momento, la de Irak, la de Israel. Ay, qué difícil entre zarzuela y zarzuela explicar por qué no he escrito ese artículo que al parecer me falta. Que conste que a mí me encantan esas amistades que se cultivan entre zarzuela y zarzuela. Siempre tengo la sospecha de que las amistades que se cargan de confidencias terminan hundiéndose. Pero vaya, si hubiera tenido tiempo hubiera intentado explicar que hay quien escribe artículos sobre cualquier asunto y hay quien piensa que no puede. Lo confieso: estoy entre los segundos. No puedo. Por respeto, por desinformación, porque no quiero repetir lo que todos dicen o porque creo que mi opinión no importa. Además la guerra me hiela la sonrisa. Como Black el Payaso, en la estupenda zarzuela de Sorozábal, paso de la risa escandalosa a la pena absoluta sin saber manejar los términos medios. Como Black prefiero que de los asuntos de estado se encarguen otras plumas. Me tienta tanto lo puramente cómico, que al ver ese circo zarzuelero, decorado como el circo de un sueño, pensaba en lo feliz que yo sería cantando en ese escenario con ellos. Más que escribiendo, que Dios me perdone, mi sueño sería hacer de Black. Qué sensiblemente lo hace Javier Galán, por cierto. Pero oye, que si de lo que se trata es de significarse, desde aquí lo hago: "No a esas guerras". Yo creía que ya se me había notado.
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