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LO QUE HA LLOVIDO
Columna
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Esto ya no es Versalles

Me temo que en este periódico hemos perdido modales. Porque hace 30 años éramos finísimos al hacer las entrevistas, y hoy vamos más a la pata la llana. Y porque antes decíamos "señor tal", "señor cual", y luego los sucesivos Libros de estilo se fueron cepillando los tratamientos. Hemos llegado hasta el extremo de que ya no haya monseñores, sino sólo obispos. En fin, que necesitamos unos pases de urbanidad. Ya lo habrán notado.

Landelino Lavilla, al que luego, cuando era presidente del Congreso, atribuiría Leopoldo Calvo-Sotelo, viéndolo al frente del hemiciclo, poderes sacramentales con su frase: "Landelino está expuesto", nos concedía una entrevista como ministro de Justicia. Y allá que se fue a verle nuestro subdirector -la entrevista no iba firmada, pero la calva de la foto le delata-, con 35 grados a la sombra, como hacía constar al principio del texto.

El ministro, decíamos, "en un primer momento, produce la sensación de ser un hombre cerebral, muy frío, inteligente, civilizado", pero luego "el tono se hace menos distante". Confesábamos, pues, que a lo largo de la conversación cambiaba la impresión del entrevistador sobre lo de cerebral y frío, aunque nada añadíamos sobre si variaba la opinión de que era civilizado.

Pero quiero reproducir lo versallesco de la primera pregunta -O témpora!, o mores!-, que rezaba así: "Señor ministro, quiero darle las gracias por recibirnos para contestar a las preguntas de EL PAÍS en esta tremenda tarde de calor. Creemos que una parte de la opinión pública agradecerá al titular de este Ministerio algunas precisiones sobre el debatido tema de la amnistía y sobre otros". Queda dicho. Hemos perdido modales.

Modales y buenas costumbres. Porque hoy no entenderíamos la noticia de que el actor Alberto Closas plantara a los espectadores del teatro Rosalía de Castro, de La Coruña, alegando que no había dormido la siesta. Y aquí caben varias preguntas. Primera: ¿se puede ser más nacional y más paradigmático de las esencias patrias? Segunda: ¿entendería hoy un empresario que faltáramos al trabajo por no haber podido echar una cabezadita? Y tercera: ¿puede Aznar hablar en Georgetown (o en cualquier otro lugar público) sin haber dormido la siesta? A ver si va a ser eso.

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