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Reportaje:ÓPERA

Un muro de 100 metros para el 'bel canto'

El festival de Macerata, ubicado en un monumento que servía para un juego de pelota del siglo XVI, inicia una nueva etapa con Pier Luigi Pizzi como director artístico

Una buena programación no garantiza el éxito de un festival musical. Es una condición necesaria, pero los valores añadidos pesan lo suyo y en ocasiones son determinantes. Salzburgo, por ejemplo, utiliza con extraordinaria habilidad la circunstancia de que Mozart naciese allí. Pesaro hace lo mismo con Rossini, y Bayreuth, con el teatro construido a la medida de las óperas de Wagner. En el caso de Macerata, el espacio del Sferisterio es fundamental a la hora de definir sus señas de identidad. Es uno de los emplazamientos al aire libre más bellos del mundo y la acústica que posee es impecable. En su origen, este monumento único de la arquitectura civil, construido por suscripción de la burguesía local e inaugurado en 1829, servía para un juego de pelota del siglo XVI, el pallone, que necesita un muro o pared de gran longitud y cuyos protagonistas usan un guante de madera. ¿Un precedente del béisbol? Algo así. El juego pasó de moda, pero el espacio semielíptico de 56 columnas, que alberga hoy 104 palcos y una balconada, se utiliza después de variados avatares, como recinto lírico. Montserrat Caballé, hija adoptiva de la ciudad, lo utilizó mucho en su día. La edición actual ha supuesto el bautizo al frente del festival del director de escena Pier Luigi Pizzi, que sustituye en el cargo a la soprano Katia Ricciarelli.

Pizzi, hombre culto y sensible, esteta, de gran formación arquitectónica e histórica, se ha planteado la programación sobre temas puntuales -el de este año es El viaje iniciático-, con una componente muy importante basada en el desafío escenográfico-volumétrico. El muro-escenario tiene una anchura de casi 100 metros y la altura es de más de 20. Las tres óperas principales de este año se plantean en tres días consecutivos -La flauta mágica, Aida, Turandot-, estando dirigidas las dos extremas por el propio Pizzi y la intermedia por su muchas veces asistente Máximo Gasparón. No es que ambos directores tengan actualmente el mismo concepto en la realización, pero al menos derivan del mismo tronco. La estructura espacial de las tres óperas es muy similar. En un espacio paralelo, como es el coqueto teatro barroco Lauro Rossi, se han programado como complementos dialécticos Thamos, rey de Egipto, de Mozart; Turandot, de Busoni; el Magnificat, de Alda Merini, con Valentina Cortese, y un recital del barítono Alfonso Antoniozzi, con el evocador título Invitación al viaje.

De las tres óperas en el Sferisterio la más conseguida escénicamente ha sido seguramente Turandot, de una gran elegancia en la arquitectura, con un esmeradísimo equilibrio cromático y luminotécnico, y con un movimiento coral muy satisfactorio en su dialogo con las aplastantes dimensiones. Aida gozó de la mejor prestación musical, con una vibrante dirección de Stefano Ranzani y un interesante reparto con Raffaella Angeletti, Mariana Pentcheva, Vittorio Vitello y Walter Fraccaro. En cuanto a La flauta contó con la española Ángeles Blancas. Hace 13 años hizo una virtuosa Reina de la Noche de esta ópera y ahora se desenvuelve con mucho mérito como Pamina. Una cantante de raza, verdaderamente. En conjunto, el experimento de las tres óperas temáticas funcionó y Pizzi salió reivindicado. Se lo ha trabajado a pulso, desde luego.

Un momento de la representación de <i>La flauta mágica</i> en el festival de Macerata.
Un momento de la representación de La flauta mágica en el festival de Macerata.ALFREDO TABOCCHINI

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