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MAR DE COPAS
Columna
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Blanco sobre blanco sobre blanco

¿Prefieren los bares sombríos o luminosos? No es un debate frívolo. Del mismo modo que, según una de las simplificaciones más exitosas de la historia, existen personas que ven el vaso medio vacío y otras que lo ven medio lleno, un bar sombrío determina la conducta de su parroquia, casi tanto como uno luminoso. En lo que a mí respecta, me desenvuelvo mejor en un bar razonablemente oscuro en el que sea posible distinguir la sonrisa de los camareros y de los clientes, las etiquetas de las botellas y las monedas y billetes, en el momento de pagar. "Cálida" y "tenue" serían los adjetivos que mejor definirían ese tipo de ambientes que rehúyen el fluorescente por razones ideológicas; optan por una distribución razonable de puntos de luz, y evitan las temerarias oscuridades, más indicadas para esas madrugadas en las que, por deserción de los demás sentidos, predominan el tacto y el gusto. No todos los diseñadores de bares son partidarios de la tenue calidez. Con frecuencia, y sobre todo en locales ultramodernos y merecidamente premiados por su funcional arquitectura, abunda la blancura vehemente, que absorbe y multiplica la luz natural o una artillería de focos artificiales. Es una apuesta que conecta con los valores -más refrescantes que alcohólicos- de buena parte de una población cada vez más preocupada por la salud.

En un local ferozmente iluminado, con una estética a medio camino entre la clínica dental y el transbordador espacial, es lógico que uno prefiera pedir un zumo de zanahoria que un whisky doble. La luz impone sus principios y entre tanta blancura apetecen contrastes cromáticos como el zumo de tomate, el bíter sin alcohol o, por el contrario, cualquier infusión servida en tazas de un blanco redundante, que no desentone con un paisaje ártico. Es más una cuestión estética, que de sed. ¿Ejemplos? Si damos una vuelta por los bares blancos más bonitos del mundo, uno podría ser el Nasa, cuyo nombre ya nos da pistas sobre sus intenciones. Está en Copenhague. Su interiorismo homenajea la ciencia-ficción de los años sesenta y consigue acumular tantas tonalidades de blanco (la barra, el suelo, las paredes, los taburetes, los estantes, las columnas, las luces, las mesas, el suelo...) que uno no puede dejar de simpatizar con el experimento. Es, además, un night-club muy selecto por el que se deja caer lo más fashion de la ciudad y de sus numerosos visitantes. La revista Wallpaper comparó la blancura del Nasa con un laboratorio químico o una farmacia. Es una buena comparación: muchos bares tienen virtudes medicinales y alquímicas. En un local así, el cliente más coherente sería un albino escandinavo vestido con una camiseta del Real Madrid lavada con Ariel y tomando leche en un vaso de plástico blanco.

Cóctel del día: Brown Cow. Una parte de Kahlua, cuatro partes de leche, cubitos de hielo y nuez moscada rallada. Verter el Kahlua y la leche en un vaso largo lleno de hielo y remover con ganas. Espolvorear con nuez moscada. Skâl! (¡Salud! en danés).

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