El bosque de los cuentos

Este volumen es una recopilación de cuentos populares ingleses realizada por Flora Annie Steel y publicada en 1918. No solamente los recogió cuidadosamente, como tantos otros folcloristas a los que se debe la conservación de estos relatos tradicionales, sino que los retocó y ajustó a la lectura de su tiempo sin perder de vista su característico estilo ni su sentido originario. El conjunto queda formado por una colección de cuentos, la mayoría de ellos de corte fantástico, que resultará tan entretenido como significativo para el lector español.

Lo significativo se refiere a ese fenómeno que conoce bien el aficionado a los cuentos populares, a saber: que casi todos ellos tienen un tronco común, por lo que, procedan de donde procedan, las recopilaciones acaban por reunir historias muy similares que varían sobre todos en los detalles, es decir, en el ajuste a las características de cada nación o región, pues se trata de cuentos de tradición oral que, como tales, han viajado por el mundo y corrido de boca en boca adaptándose a cada circunstancia social allí donde eran escuchados y reproducidos luego.

Así, el lector encontrará nume

rosas variantes de tipos muy conocidos: los cuentos de animales que ayudan al amo, de ogros que recuerdan a los orcos, de valientes y astutos campeones, de hijos abandonados en el bosque, de objetos mágicos entregados por el donante a cambio de una buena acción, de odiosas madrastras... Toda una galería de personajes que muy frecuentemente actúan de una manera brutal, despiadada incluso; relatos en los que se practica el asesinato, el canibalismo, el engaño... lo cual no parece muy apropiado para el público infantil, que es al que se supone que van destinados. Lo que sucede es que, en primer lugar, los cuentos populares no son necesariamente infantiles y, si lo son, se debe sobre todo a su valor simbólico. Pero sí que conviene leerlos con mentalidad infantil, o mágica si se prefiere, pues lo que a ojos realistas es una historia de extrema crueldad, para el niño es simplemente una sugestiva historia cuyo último fin es ordenar los símbolos del mundo. ¿Qué pensar de la encantadora heroína que no se acaba de encontrar a gusto como sirviente de la bruja porque ésta come habitualmente bebés?

La mayoría de estos cuentos contienen alguna enseñanza y, en ese sentido, puede decirse que son ejemplares. Por ejemplo, la muchacha que, por desobedecer una orden de su amado, condena a éste a seguir sumido en un hechizo que le aparta de ella, deberá afrontar penosas pruebas y caminar con zapatos de hierro hasta desgastarlos -símbolo de la perseverancia- para recuperar su amor. La valentía, la generosidad, el amor, la astucia... son valores que se defienden, así como las trampas del mal son presentadas como aviso para evitar sus consecuencias.

Esta recopilación contiene re

latos comunes y otros que son específicamente ingleses, como 'San Jorge de la feliz Inglaterra', 'Jack y las alubias mágicas' y 'Mr. Fox'; o en versiones muy inglesas, como la historia de Goldilocks y los tres osos, la de los tres cerditos, un par de versiones de Cenicienta de las cuales la titulada 'La andrajosa' es extraordinaria. Hay otra variante más o menos lejana, pero muy interesante porque muestra el tema del padre que renuncia a mirar a su hija, en 'Pelagatos'; el tema se repite en una tercera versión de Cenicienta, 'Caporushes', y encontraremos -lo cual no es común en los cuentos españoles- el asunto del hijo que, por conveniencia, a la hora de partir de la casa prefiere más comida para el viaje y las maldiciones de la madre que escasa comida y bendiciones. Tenemos un relato, 'Dick Whittington y su gato', que es una anticipación dickensiana, y a un Pulgarcito convertido en 'Sir Thomas Pulgar', de inesperado final. Y hay historias jocosas, como 'La ratita Titty y el ratón Tatty', que tiene un equivalente español en 'La mariposita' y que es un divertido y rítmico relato de acumulación de efectos repetitivos. En este apartado hay que destacar la divertidísima y maravillosa carrera por media Inglaterra de 'La torta minúscula'. Y hay adaptaciones a la tradición mítica anglosajona como, por ejemplo, el relato del matador de gigantes que acaba convertido en caballero de la Mesa Redonda; e incluso hallaremos al mismo Merlín aconsejando a un valiente joven.

En su conjunto, queda la sensación de que todos ellos, aun los de triste final, tienen un tono general un tanto pragmático, más templado que el los rusos o los españoles, como era de esperar. Y, al final de esta lectura tan recomendable, uno tiene la sensación de que todas las historias se contaron ya una vez, quién sabe en qué edad de oro perdida en el tiempo, y desde entonces los venimos leyendo generación tras generación, usándolos y repitiéndolos siempre con gusto y sin que parezcan sufrir desgaste alguno, como conviene al hecho de ser, además de ejemplares, esenciales.