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Crónica:POSTALES DE VERANO | La Vall D'Uixó
Crónica
Texto informativo con interpretación

Las montañas de la guerra

La pequeña isla de interior que es La Vall d'Uixó está rodeada de alturas excepto por su parte este y se sitúa a 118 metros sobre el nivel del mar. Esta posición privilegiada le permite repartir sus gustos entre mar y montaña, en un dualismo típicamente vallero, donde se funden la cultura industrial con las obviedades hortofrutícolas inequívocamente mediterráneas. De hecho, la ciudad actual es el resultado de la unión de dos parroquias, la del Santo Ángel Custodio y la de Nuestra Señora de la Asunción, el poble de dalt y el poble de baix. Esa duplicidad reaparece en el carácter (donde se reúnen la cachaza austera del poblador de interior con la socarronería meliflua del ribereño) y también en algunos experimentos gastronómicos como el empedrao.

Propongo al lector desprovisto de obligaciones profesionales el siguiente experimento: pruebe usted un empedrao vallero, hecho con arroz, alubias deshechas, carne de caza y lo que haga falta, y otro día váyase a Les Alqueries de Santa Bàrbara -la pedanía de Borriana- y deguste allí, en cualquier establecimiento que se lo permita, el plato del mismo nombre a la manera costera, es decir, arroz cocido en paella con bacalao y acelgas. Para los amantes de la buena mesa -entre los que me incluyo-, decidir si es mejor el empedrao de montaña o el de costa será uno de los dilemas más difíciles de elucidar del verano.

Las alturas de La Vall d'Uixó. Font de Cabres, el Frontó, Puntal Redó, Colmo Rabassa, Penyalba, El Castell, Aiguamolls, Penya Garrut, Salt del Cavall, Cabell Negre, La Punta... Los viejos del lugar las llaman "las montañas de la Guerra", porque allí se paró el frente en el 38. Manolo Vicent, en Verás el cielo abierto, aún rememora aquel 7 de julio en que la cuarta división de Navarra bajó de la Serra d'Espadà y ocupó la Vilavella, situada en las estribaciones orientales de esta cordillera. Ese día una esquirla de metralla horadó la olla donde se cocía el precario potaje de la comida, y la abuela Roseta se vio en la necesidad de anunciar solemnemente, con los brazos en jarras: "Hui no dinem".

Con un poco de paciencia, se puede peregrinar por estas montañas de nombres rotundos y telúricos. Contrareembolso, se puede adquirir también un detector de metales, y dedicar los domingos por la mañana a desenterrar esquirlas de metralla, casquillos, obuses armados, hebillas reglamentarias o quizá el escapulario de algún recluta especialmente supersticioso. En este punto de la geografía valenciana -en este punto donde cayeron las últimas víctimas en combate de la Guerra Civil- es todo un deporte nacional recuperar restos bélicos, la íntima arqueología de nuestro pasado inmediato. Hace poco Nel·lo Navarro, un experto en estas lides, expuso en La Vall una colección de material de guerra pacientemente recuperado, en una muestra genérica sobre la república y la contienda titulada L'esperança trencada. Recorrer todos esos restos te transportaba a un tiempo que parecía clausurado hace mil años, aunque el zumo de aquellas pasiones aún recorre nuestro sistema linfático, y por eso no podemos dejar de volver sobre ello una y otra vez.

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