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Los partidos ucranios apuran al límite la negociación para formar Gobierno

Yúshenko intenta garantizar el carácter proocidental del Ejecutivo

Pilar Bonet

El presidente de Ucrania, Víctor Yúshenko, utilizaba ayer las lagunas de la legislación de su país y la falta de una autoridad judicial independiente que pueda interpretar la Constitución para asegurarse de que Víctor Yanukóvich, su antiguo rival, se plegará a su voluntad y aceptará sus condiciones, incluida una política a favor de la OTAN, a cambio de convertirse de nuevo en primer ministro, un cargo que desempeñó hasta el otoño de 2004.

Yanukóvich, que procede del Este del país y es partidario de la integración con Rusia, dirige el partido Regiones, que, con más del 31% de los votos, quedó en primer lugar en los comicios del 26 de marzo. En virtud de la reforma constitucional de este año, el presidente ha perdido poder en favor del primer ministro y el Parlamento, pero Yúshenko se resiste a aceptar este estado de cosas y se ha erigido en árbitro de la ley, en vista de que el Tribunal Constitucional no está formado y no funciona. Anoche se reproducía una de típicas situaciones que generan los políticos de Ucrania: pierde el que tiene los nervios más flojos.

Yúshenko debía decidir entre aceptar a Yanukóvich como candidato de la coalición mayoritaria, o disolver la Rada. Esta disyuntiva, sin embargo, está fijada de forma vaga en la Constitución, según la cual el Parlamento tiene un plazo de 60 días desde que comienza a funcionar para presentar la composición del Gobierno. Este plazo concluía el 25 de julio, pero resultaba incumplible, porque para formar Gobierno hubiera hecho falta que Yúshenko hubiera aceptado presentar al Parlamento el candidato a primer ministro propuesto por la mayoría.

Ayer por la tarde los reveses en las negociaciones entre Yúshenko y representantes de la coalición anticrisis dirigida por Yanukóvich, parecían hacer inminente la disolución de la Rada. Alexandr Pekluchenko, un consejero presidencial, a última hora había afirmado que Yanukovich sería propuesto como primer ministro para salir del atolladero. La Rada, que se había reunido por la tarde en una sesión de urgencia en espera de su disolución, se mantuvo debatiendo hasta bien entrada la noche, dispuesta a cualquier eventualidad que pusiera fin a un proceso de consultas interminable con las fuerzas que obtuvieron representación en los comicios. Ya al filo de la medianoche se decidió suspender todo hasta primera hora de hoy.

Primera coalición

Las variantes consideradas han sido dos. La primera hubiera dado de nuevo el puesto de primer ministro a Yulia Timoshenko y suponía un empeño para reconstituir la coalición naranja con los seguidores de ésta líder (126 escaños), los de Yúshenko aglutinados en Nuestra Ucrania (81 escaño), y los socialistas de Olexandr Moroz (33 escaños). La segunda variante, que se imponía tras la deserción de Moroz, era un Gobierno dirigido por Víctor Yanukóvich, apoyado por Regiones (186 escaños), además de los comunistas (21 escaños) y los 33 diputados socialistas.

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La primera coalición se rompió por las ambiciones personales de Piotr Poroshenko, hombre allegado a la familia de Yúshenko, que se empeñó en dirigir la Rada y frustró las ambiciones de Moroz. La segunda, por la falta de acuerdo entre el presidente y Regiones en algunos temas fundamentales. La desconfianza reinó en uno y otro caso. Ayer, los hombres de Yúshenko exigían a Yanukóvich que echara por la borda a los comunistas. La oferta era tentadora para los grandes empresarios industriales que apoyan al candidato, pero sin los comunistas, la coalición sería más dependiente del presidente y su partido. La amenaza de disolver el Parlamento es un arma de doble filo para Yúshenko, ya que Nuestra Ucrania, que obtuvo menos del 14% de los votos en marzo, conseguiría, según las encuestas, un 6% si hubiera elecciones ahora, mientras Regiones subiría hasta un 37%.

A lo largo de las negociaciones con Yanukóvich, Yúshenko ha tratado de asegurarse que el rumbo de su política prooccidental y a favor de una integración en la OTAN no iba a sufrir un viraje a favor de una mayor identificación con Rusia.

Víctor Yúshenko, ayer en Kiev.
Víctor Yúshenko, ayer en Kiev.REUTERS

Un nuevo campamento

En la plaza de la Independencia de Kiev y en las inmediaciones de la Rada (el Parlamento) se alzan tiendas de campaña, como una versión miniatura del otoño de 2004. Sin embargo, de la energía y el magnetismo de la revolución naranja no queda nada. En el ambiente flotan el hastío y el deseo de que finalice de una vez el interminable tira y afloja de la clase política, reunida en el Parlamento.

"Yo vine aquí desinteresadamente para recordar los ideales de 2004. Nunca pensé que me fueran a pagar por ello. Pero, para mi sorpresa, me pagan". Quien así hablaba ayer es un residente del campamento de Porá, el grupo de entusiastas que formaron la columna vertebral callejera de la revolución naranja. El joven no da su nombre y se niega a especificar cuál es su retribución. En el campamento, instalado en un parque, hay 150 personas y muchas tiendas de campaña vacías, que se llenarían en caso de movilización, dice Vasyl Boychuk, el responsable de turno. Porá no pasó el listón del 3% en las elecciones de marzo y hoy está a favor de la disolución del Legislativo. Por la disolución están también los seguidores de Yulia Timoshenko acampados en el mismo parque. Un poco más allá están los partidarios de Víktor Yanukóvich, que quieren ver a su líder en el puesto de primer ministro. Entre ellos, un grupo de maestras se queja de la subida de los precios y de sus ridículos sueldos que no alcanzan para vivir.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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