Contra las recetas
Es probable que, haciendo gala de su remansado humor británico, el propio Julian Barnes (Leicester, Reino Unido, 1946), que dice no leer las críticas sobre sus libros, considere enrevesado que se juzgue El perfeccionista en la cocina una larga metáfora sobre la tarea de escribir. Pero si fuera un libro de cocina merecería una crítica gastronómica, en lugar de una recensión literaria. En todo caso, se trata de un divertimento muy bien escrito, ingenioso, con sus dosis adecuadas de pedantería y chismorreo, y sustanciosas reflexiones sobre las tensiones entre lo ideal (la perfección) y lo real (la extrañeza). Esta definición vale para el libro.
Respecto a cocinar, casi al final de la lectura, Barnes lo dice de otra manera: "Cocinar es la transformación de una incertidumbre (la receta) en una certeza (el plato) por medio del ajetreo". Aparentemente, no es mucho, y sin embargo aquí está toda la gracia y la razón del libro. Porque Barnes lo ha escrito contra ese subgénero literario (llamémosle así) conocido como receta, que se supone contiene una instrucción veraz, una ayuda práctica para elaborar el plato elegido, no una sucesión de información confusa: "¿Por qué", se pregunta Barnes, "una palabra en una receta tendría que ser menos importante que en una novela? Una puede producir una indigestión física, la otra una mental".
EL PERFECCIONISTA EN LA COCINA
Julian Barnes
Traducción de Jaime Zulaika
Anagrama. Barcelona, 2006
136 páginas. 15 euros
El autor de El loro de Flau
bert se ha propuesto, por tanto, no ceder frente a la inexactitud. Investido de crítico, no sólo refuta la presumible aplicación de una receta, sino que incluso recusa con sentido común proporciones, medidas y pesos, y se lamenta de que no se diga nada de "la ciencia de las compras". De ahí que el resultado sea una impugnación general del arte culinario, al que se califica de proceso falible, arbitrario y repleto de desasosiegos, dudas y fracasos. No existe la receta perfecta, o existe sólo si permite una libertad completa, de modo que todo depende de la interpretación. Es decir, que, llevado al extremo, El perfeccionista en la cocina es un libro de hermenéutica. Por supuesto que en sus páginas se habla de tiempos de cocción, de utensilios, de preparar cenas a los amigos, de ingredientes (la remolacha y su etimología ocupan un capítulo entero), pero sobre todo se habla del intérprete nunca satisfecho, de la dificultad de leer bien, de la autoexigencia que complica las expectativas de éxito.
Julian Barnes es un observador muy perspicaz, a la vez que brillante novelista, y por fortuna no deja de ser ambas cosas entre fogones. Para él cocinar (¿o escribir?) es un acto moral. Y si una receta de cocina, que es el dogma de la autoayuda, se revela ineficaz, la conclusión del perfeccionista es que si no hay recetas válidas para hacer un plato exquisito, tampoco las hay para escribir una excelente novela.
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