La estética es lo de adentro
Si Enrique Vila-Matas, que ha querido y sabido atravesar la literatura por su larga, perpetua travesía del mal, me deja jugar -sólo un minutito- con uno de sus artefactos, me atrevo a escribir ahora que el jazzman Benjamín León es acaso otro Bartleby, un Bartleby de dedos trepidantes, que incluso ha preferido dejar de ser un Bartleby, pero que luego también ha preferido continuar siéndolo, y así es como en su carrera lo que se ve es a un músico atrapado por ese viejo enemigo del yo, al que llaman Bartleby el escribiente. A Benjamín León La Gran Enciclopedia del Jazz (Sarpe, 1980) le dedica una entrada en su tercer volumen, y dice de él: "Le espera sin duda un porvenir brillante, y ya en la actualidad se le considera como uno de los mejores organistas de jazz de Europa", y ese mismo año, va Benja y desaparece. Poco antes ha sido enviado como representante por Radio Nacional de España a un festival de Niza, y luego, lo dicho, se ha esfumado durante cerca de 15 años, y a mediados de los noventa ha actuado huidizamente en el Jamboree, al pie de su órgano Hammond, y de nuevo se le pierde la pista, o casi, y ahora, este pasado y achicharrante tercer jueves de julio, aparece Benjamín León con su trío de toda la vida en el festival de jazz que acoge el Museo de Historia de la Inmigración de Cataluña, en Sant Adrià de Besòs, entre cerveza de presión y frankfurts con mostaza. Cuando uno ha tenido mono de Benjamín León y ha ido a comprar un disco suyo, se ha encontrado con que Benja nunca ha grabado nada. "Tengo mis rarezas. No me gusta entrar en un estudio. Yo cuando disfruto es delante del público. El disco te permite retocar, y eso es más bien contrario al espíritu del jazz. Soy partidario del error. No hay nada más precioso que el error. Te da la dimensión real del músico; porque por equivocarte no eres menos músico". Y sin embargo, ahora se ha prometido grabar un disco antes de un año; porque a sus 50 años, a Benjamín León le han entrado ganas de dejar algo suyo para sus nietos. Benjamín León tiene una hija de 10 años, Eva, y un hijo de seis, Guillem, y de éste asegura que disfruta de un oído absoluto. "Una vez oyó el silbido de una cafetera y me dijo: 'Eso es un do".
Benjamín León es sevillano de Écija, pero cuando tenía cuatro años sus padres emigraron a Barcelona y así fue a dar en el barrio del Besòs, donde se ha criado, y donde se ha paseado siempre con sus impecables traje oscuro, corbata oscura y camisa blanca. A Benja, que es invidente desde los 11 meses, la cantante negra Carrie Smith le dijo una vez que él también era negro por dentro. "Eso es lo más bonito que me han dicho en mi vida", afirma. Benjamín no habla nunca de estilo, sino de estética, y así su órgano Hammond es la estética a la que se consagra con honradez, que es todo lo contrario de consagrarse con fanatismo. En Bejamín León late el pulso del jazz de los años cincuenta y sesenta, y le importa un oboe que el tiempo haya preferido seguir su curso. "No hay que huir de las etiquetas; al contrario, hay que conocerlas. Nos sirven, en primer lugar, para entendernos. Como nadie se entiende es con el todo vale que rige ahora. Estamos disolviendo la comunicación, y así nos estamos cargando la esencia de las cosas". Benjamín León es un clásico que cuando habla de estética está aludiendo, desde luego, a una ética. Benjamín León decidió ser antiguo cuando la cosa empezó a ponerse visiblemente moderna. A Benja lo que le convence es la estética de la vida vista cara a cara, y por eso no quiere tocar con otros músicos que sus amigos el trompetista Arnau Boix y el batería Adrià Font. "Me interesa que alguien sea mejor persona que mejor trompeta. No creo en el arte al margen de la calidad humana, y mucho menos en el artista como tirano. Si el artista es un tirano, entonces no me interesa el arte. Me declaro enemigo del arte". Benjamín León creció escuchando flamenco y zarzuela, y ahora se declara admirador de Oscar Peterson, Bach y Fosforito. A Benja, le introdujo en el jazz Albert Puigpalau, tío Alberto, claro, en 1968, cuando era un chaval de 12 años y tocaba el órgano con un grupo de soul de Santa Coloma. Benja, que se ganó la amistad de su maestro Lou Bennett (un gran organista que se vio apartado de la música por una artrosis) y que ha tocado junto a las viejas leyendas del Hammond, cuenta que acompañando a Wild Bill Davis se sintió como en una nube, y quizá sea esa nube de teclas y escalas y pedales la que nunca ha querido traicionar Benjamín León. Y a continuación añade que acaba de leer en Internet que Wild Bill Davis murió hace 10 años pobre y en el olvido. "Es por fidelidad a todo esto por lo que siempre he llevado traje y corbata". Pero esta vez Benjamín León ha cambiado sus Hammond americanos B-3 y C-3 por un Roland VK-77, un artilugio ligero que clona al dedillo el sonido Hammond, y encima se ha dejado crecer el pelo, ya blanco, y se lo ha recogido en una coleta como de samurai antiguo, y se ha puesto un traje inopinadamente doméstico, de americana de cuadros, y con su sonrisa de siempre se ha subido al escenario para tocar para sus amigos y vecinos, que presencian anonadados cómo Benja se sumerge en una nube, en una fidelidad, en una estética.
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