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Gobierno de izquierda

Hace un par de semanas Vicenç Navarro, en la tribuna del Ateneo, se quejaba del desconocimiento que tienen los ciudadanos de lo realizado por los partidos catalanistas y de izquierdas en la Generalitat durante esta última legislatura. Parece que la real acción de gobierno haya sido sepultada por la propaganda de la oposición, que desde el principio se ha empeñado en afirmar la falta de eficacia de un gobierno de coalición, débil y desbaratado, sin la pretendida estabilidad impuesta autoritariamente que siempre suelen reclamar los partidos de derechas. Navarro también se quejaba de que el tripartito no haya sabido explicar debidamente el alcance político de sus decisiones y de que sólo muy pocos comentaristas, presumiblemente de izquierdas o simplemente neutrales, hayan sabido divulgarlo en los medios de comunicación. Para mejorar un poco el deficiente panorama, a la vista las elecciones autonómicas, veamos en tres capítulos lo más decisivo y lo que ha marcado una primera línea de política de izquierdas catalanista, como no se había visto en Cataluña desde los dos periodos progresistas de la II República, es decir, desde 1939.

1. Hay que reconocer en el Gobierno una nueva línea de potenciación del desarrollo social, basada en el aumento de los presupuestos (Salud, Educación, Bienestar y Familia, Cultura), que han pasado de 9.273 millones en 2003 a 13.686 millones en 2006 y que han posibilitado mejoras para las clases económicamente más necesitadas y las más marginadas. Hubiera querido traer aquí una lista de leyes, decretos y acuerdos que, desde 2003, demuestran un rotundo cambio hacia la izquierda. Citaré de memoria ante la dificultad de disponer de elencos seguros y definitivos porque, como he dicho, la Generalitat no se ha esforzado ni se esfuerza demasiado en divulgarlos. Pero basta recordar la ley de mejora de 46 barrios con una inversión de 600 millones que cambiará radicalmente la calidad de vida de centros y suburbios; la modificación del Código de Familia, que va a modernizar la estructura de la pareja, la adopción y la tutela; la ley de protección del paisaje, junto a diversas decisiones para frenar la invasión inmobiliaria en las costas turísticas; la de conciliación de la vida familiar y laboral, que será un apoyo para la mayor independencia de la mujer; la serie de disposiciones para la protección ambiental que condicionan el uso del territorio; el pacto nacional para la educación, tantos años esperado como una garantía de igualdad; unos elevados presupuestos para nuevos equipamientos escolares y jardines de infancia, etcétera. Y desgraciadamente, no han podido ser todavía aprobadas en el Parlament por falta de mayoría, otras leyes tan revolucionarias como la de la vivienda. Y está en marcha la próxima aprobación del Consejo de las Artes y nuevas instancias culturales, alguna de las cuales la izquierda ha reclamado durante 20 años.

2. Pero el gran cambio democrático que ha iniciado ese Gobierno ha sido esforzarse en gobernar según procesos dialécticos y a menudo conflictivos, aceptando la grandeza y la servidumbre de las coaliciones. En esta Cataluña tan habituada a las mayorías absolutas o a las asimiladas con apoyos foráneos, se han abierto importantes discusiones políticas en cada decisión legislativa o ejecutiva. Esos conflictos creativos han sido juzgados por la oposición y por una parte de la ciudadanía como signos de desorden, cuando en realidad han sido el episodio democrático más potente de esos últimos años. Ante las próximas elecciones, algunos partidos están ofreciendo ya soluciones -y reclamando votos- para evitar los conflictos de una nueva coalición e imponer mandos estables por encima de la diversidad de métodos y teorías. Eso sería, sin duda, un gran retroceso. No sólo hay que aceptar las diferencias, sino incluirlas en las tácticas y las estrategias del Gobierno y el Parlament. Hay que aprender a utilizar esas diferencias como en el corto periodo de Maragall, pero también hay que aprender a no contradecir erróneamente esa voluntad de suma y asimilación como ocurrió al final del mismo periodo en la disolución del tripartito con la equivocada e ineficaz expulsión de ERC. En resumen: la aparente debilidad ha sido un paso positivo y cuando se ha querido disfrazar con una autoridad menos discutida, se ha interrumpido el tono democrático y la eficacia de gobierno.

3. Finalmente, no podemos olvidar que este Gobierno y este Parlament han conseguido la aprobación de un nuevo Estatuto, generado a partir de la situación real de las fuerzas políticas establecida en las urnas. No vamos a insistir en las cualidades o las insuficiencias de este nuevo texto. No es el que redactó el Parlament -y por lo tanto, no debe ser exactamente el que el pueblo catalán reclamaba-, pero es el que mayoritariamente, al fin, el mismo pueblo refrendó. No resuelve todos los problemas, pero da una respuesta a algunas reclamaciones que desde la llegada de la democracia el Gobierno no se había atrevido a enfocar. El Estatuto de Maragall, nos guste o no, es un acontecimiento importante en su intención, su método y su resultado. Es un capítulo ineludible en el recuento de actuaciones positivas hacia el catalanismo de izquierdas de esta última legislatura.

Todo esto se ha hecho con muchas dificultades y, a veces, con escenografías banales y equivocadas que produjeron atrasos, incomprensiones y malestar, interpretadas en clave política demasiado crítica y, sobre todo, en clave preelectoral. Pero hay que dejar claro que la gobernabilidad y la eficacia legislativa y ejecutiva de la última Generalitat ha tenido un rendimiento muy alto, ha ensayado positivamente la gran novedad de la coalición, ha abierto una nueva estructura estatutaria y ha dejado unos frutos más densos que los de las legislaturas anteriores. Ha sido una experiencia a la que hay que referirse con entusiasmo como el punto de partida de la izquierda catalanista.

Oriol Bohigas es arquitecto.

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