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Reportaje:TOUR 2006 | Una edición apasionante

Las ideas claras de Sastre

Hombre de fuerte personalidad, el de El Barraco ha trazado su carrera por caminos imprevistos

Carlos Arribas

De El Barraco, un pueblo de Ávila, granito barrido por el viento, han salido tres grandes ciclistas, Ángel Arroyo, José María Jiménez y Carlos Sastre. Cada uno es un mundo aparte. Cada uno, a su manera, un ejemplo de personalidad compleja, de carácter fuerte.

Desde hacía varios años Víctor Sastre era el proveedor oficial de ciclistas castellanos, más concretamente de la Sierra de Gredos, para el Banesto, el equipo de José Miguel Echávarri. A finales de los ochenta le pasó a Francisco San Román, el primer fruto de la escuela de ciclismo que creó con el nombre de Ángel Arroyo, el ídolo de la tierra, al que después siguieron José María Jiménez, Chava, y, un poco más tarde, el bloque generacional formado por David Navas, Pablo Lastras, Curro García y Paco Mancebo. Por eso, todo el mundillo del ciclismo daba por sentado que cuando le llegara el momento, su hijo Carlos Sastre, que también formaba parte del Banesto amateur, daría el salto al ciclismo profesional con el mismo equipo. Así que el sobresalto no fue pequeño cuando en septiembre de 1997, en vísperas de la Vuelta que comenzó en Lisboa, Manolo Saiz anunció el fichaje de Carlos Sastre por su equipo, el ONCE.

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Una bomba. No había dos personas con ideas más diferentes, con formas de ver más opuestas, que Echávarri y Saiz, los dos pesos más pesados del ciclismo español en los noventa. Un paso, pues, insólito el que dio Sastre, que, pese a tener sólo 22 años, se mostraba ya, según sus amigos de la época, como "un hombre con las ideas muy claras, de fuerte personalidad". El ciclista de El Barraco, nacido en 1975, no se sentía muy bien tratado en la cantera del Banesto, no, por lo menos, al mismo nivel que otros, que Mancebo y compañía, que dieron entonces el salto. "En aquellos momentos estaba un paso por detrás de otros", recuerda Echávarri. "Evidentemente, visto cómo está ahora, nos equivocamos con él. Nunca pensamos que se pudiera desarrollar hasta el nivel que tiene".

También se equivocó con Sastre Manolo Saiz, pese a que al principio, cuando conoció el ONCE, el ciclista abulense vivió unos meses de fascinación con el técnico cántabro, con sus métodos, su rigor, su organización, su cabeza privilegiada. Cuatro años después el idilio saltó hecho añicos en el transcurso de una etapa pirenaica de la Vuelta. Beloki sufrió un desfallecimiento y Saiz ordenó a Sastre que se quedara con el líder del ONCE. El abulense, que tenía aspiraciones propias, perdió casi 20 minutos en aquella etapa. Al día siguiente, en la cronoescalada de Andorra, quedó segundo tras su cuñado, Jiménez, absoluta demostración de que tenía capacidad para aspirar a todo. Poco después abandonó la ronda española y el equipo. Siguiendo los pasos de Jalabert, otro desenamorado de Saiz, fichó en 2002 por el CSC de Bjarne Riis.

Aunque siempre ha sido uno con creencias espirituales, su celo, casi su misticismo, crecieron, se aceleraron, durante los años de depresión profunda que condujeron a la muerte a José María Jiménez, Chava, hermano de su esposa. Fue un descenso a los infiernos personal que en 2003 acentuó su necesidad de buscar transcendencia a sus acciones, de creer en la necesidad de buscar un más allá en la vida cotidiana. En la pared de su dormitorio colgó su lema: "Ilusión, respeto, sacrificio, sufrimiento", prácticamente los mismos valores que figuraban en el maillot del equipo amateur que financió hace un par de años a medias con su amigo Tyler Hamilton, patrón de una fundación de lucha contra la esclerosis múltiple, y que llevan aún los chavales de la escuela de la peña Ángel Arroyo, de El Barraco, que el pasado año pasó a denominarse Fundación Víctor Sastre.

La crisis que vivió, que superó, durante el Tour de 2005, fue el último hecho que contribuyó a la forja del carácter actual de Carlos Sastre, un ciclista serio y entregado. Solemne en sus declaraciones, pendiente sólo del compromiso consigo mismo, convencido absolutamente de su verdad. "En el Tour de 2005", recordaba en la primera semana de esta edición, "lo pasé tan mal que pensé seriamente en dejar la bicicleta, abandonar el ciclismo. Por suerte, pude pasar esa crisis y en la Vuelta me recuperé. Acabé en el podio. Recobré la alegría, el amor por el ciclismo". Recobró la fuerza. Encontró la madurez mental y atlética. La primera le valió para superar la exclusión de Ivan Basso, su líder en el CSC, al comienzo de este Tour. Pensó en abandonar en solidaridad, pero le convencieron de que siguiera. La segunda, reflejada en los primeros días del Tour en la frase "estoy ante una oportunidad única que no pienso dejar pasar", le condujo finalmente al cuarto puesto en un Tour que algunos días soñó con ganar.

Sastre, poco antes de tomar la salida en la crono del pasado sábado.
Sastre, poco antes de tomar la salida en la crono del pasado sábado.EFE

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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