El Tour llega a buen puerto
Pese al yugo del dopaje y sus malos augurios iniciales, la carrera francesa, en apariencia más limpia que en ediciones anteriores, ha resultado mucho más excitante de lo esperado, se ha resucitado al viejo ciclismo de pájaras y 'quijotes'
Bajo el yugo del dopaje, el Tour de las grandes incertidumbres ha resultado espléndido, con una sobredosis de emoción desconocida desde hace tiempo. En el año uno después de Lance Armstrong a los organizadores no les tembló el pulso para desterrar de forma inmediata a los principales candidatos a suceder al tejano. Ullrich, Basso, Mancebo y Vinokúrov, cuatro candidatos al podio, fueron expulsados por su supuesta implicación en la Operación Puerto, la mayor trama criminal de dopaje descubierta en España. El Tour, implacable, hizo limpieza y puso en marcha una edición llena de incógnitas. Fuera o no por el barrido, la carrera ha rebobinado y de forma imprevista ha resucitado el viejo ciclismo, el de las grandes pájaras y lunáticas aventuras, el de los ataques kilométricos y las maquiavélicas emboscadas. Sin un patrón en la carrera, al modo de Indurain o Armstrong, por ejemplo, y sin un equipo al mando, no ha sido la carrera lobotomizada de los últimos años, cuando el tejano y sus robots conducían el Tour a su antojo. En esta edición cada etapa ha desmentido a la anterior, para deleite de una afición que desde hace tiempo había dado la espalda a un deporte empachado de botiquines, a un deporte manipulado por unos cuantos druidas de la medicina con una farmacia a cuestas a los que no les falta clientela en el pelotón. Y ahora resulta que en este Tour, al menos en apariencia más sano que otros, el pelotón ha volado, ha subido los mismos puertos colosales y a la misma velocidad que antaño, y ha tenido golpes de grandeza por doquier. Sin duda, uno por encima de todos: la extraterrestre cabalgada de Floyd Landis del pasado jueves, una escapada quijotesca que ha permitido a Estados Unidos sumar su undécima victoria en la ronda francesa. Landis, que se deshidrató camino de La Toussuire y al día siguiente puso el turbo rumbo a Morzine, ha sido el más fuerte y el más valiente. Una cuña insuperable para un gallego -Óscar Pereiro- y un abulense -Carlos Sastre- que han logrado algo que sólo estaba al alcance de gente como Ocaña, Indurain y Perico Delgado: citar a los españoles ante el televisor en detrimento de la siesta. En especial Pereiro, un gallego de verbo fluido y la sonrisa siempre a punto que ha dejado detalles magníficos, como su abrazo sincero a Landis nada más terminar la contrarreloj del pasado sábado. Se dirá que Pereiro, Kloden y Sastre eran secundarios de Valverde, Ullrich y Basso, respectivamente, pero se han puesto los galones con un brillo colosal. Vista la capacidad de convocatoria de gente como Pereiro y Sastre, el ciclismo español ya tiene un punto de partida para iniciar una cruzada contra los adictos a los métodos draculianos y recuperar su viejo esplendor. Este Tour que culminó ayer en París ha hecho mucho al respecto: fue justo al inicio, cuando sacó la escoba, y ha sido justo al final, con la coronación del menonita Floyd Landis en los Campos Elíseos. Un gran Tour llegando a buen puerto tras una eficaz actuación policial, una firme decisión de los organizadores y casi 90 horas de hermosa batalla en el pelotón. ¿Puro ciclismo, por fin?
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