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Columna
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Demagogia y conflicto

No hace muchos días, un inepto con cargo atribuyó en un artículo local a quien no debía el famoso sarcasmo de Voltaire: "Calumnia que algo queda". Era un lapsus cálami, sin duda, un acto fallido de escritura, por lo demás anecdótico, en el que intentaba el ignorante atribuir sin éxito a terceros la propia iniquidad. El lapsus revelaba, en todo caso, el clima de combate embrutecido imperante ahora mismo en la cocina de una derecha que apoya los cañones allá donde disparen y dispara, dialécticamente, contra todo el que se mueva.

Mientras las bombas rugen en Líbano, comete el presidente Rodríguez Zapatero la torpeza de dejarse adornar en Alicante con la kufia palestina tras apelar ante una reunión mundial de jóvenes socialistas a algo tan razonable como el cese de los desproporcionados bombardeos de Israel sobre zonas civiles, y el PP califica enseguida de "antisemitas" sus manifestaciones. Voltaire, pese a que en su brillante combate por las luces no pudo deshacerse de un antijudaísmo feo e idiosincrático, típico de su tiempo, habría identificado de inmediato el intento de lanzar la calumnia por delante.

La de antisemitismo, que la Federación de Comunidades Judías de España se apresuró a desmentir con sensatez, es una acusación muy connotada y, aunque tanto judíos como árabes son semitas originariamente, viene a ser sinónimo de racismo contra los hebreos, con lo que ello significa tras el nazismo y el holocausto. Hay efectivamente entre la izquierda mucho antisionismo, que no es sino una aversión casi siempre maniquea hacia el sionismo, uno de los nacionalismos que, por lo visto, además del español, el PP no considera aborrecibles.

Sienten los herederos de Aznar la necesidad de defender la diplomacia de las bombas, tan propia de la doctrina de ese desastroso presidente de Estados Unidos que se llama George Bush, como si les fuera en ello la honorabilidad. Pero a menudo es difícil, en la actuación israelí, que suele encontrar excusas para no dejar que se consolide liderazgo democrático alguno en Líbano ni en Palestina, discernir dónde empieza la legítima defensa de un Estado y dónde el uso de la violencia sobre víctimas inocentes en nombre de unos principios patrióticos.

Ya advirtió Hannah Arendt cuando se creó en 1948, que el Estado de Israel sería conflictivo. Y siempre habrá demagogos dispuestos a pescar en el río revuelto del conflicto.

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