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PASAJES DE PARÍS / y 8
Columna
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Su herencia

Dos eficaces valedores tienen hoy los pasajes: los defensores del patrimonio artístico y los promotores del turismo cultural. Los primeros, a caballo de la ola culturalista, han hecho de los pasajes uno de sus objetos de predilección. Y así, en el pasado mes de mayo, la Asociación de Centros Culturales de París, que agrupa a una serie de entidades extranjeras, activas culturalmente en la capital francesa -como, entre otros, el Instituto Cervantes, la Biblioteca Gulbenkian, el British Council y el Goethe Institut-, organizó una semana de visitas, conferencias, exposiciones y conciertos que los tuvieron como tema único. Lo cual ha contribuido a confirmar su vocación museográfica con lo que algunos (Colbert, Vivienne) han accedido a la condición de monumentos históricos. En cuanto a los segundos, París, ganado cada vez más al consumo cultural de masa de sus visitantes, ha incorporado los pasajes a los circuitos turísticos tradicionales que han venido a agregarse, así, a los museos, iglesias, plazas y puentes que componen la oferta monumental parisiense.

Los pasajes son consecuencia de dos procesos: por una parte, el espectáculo urbano que exige un espacio público en el que los burgueses puedan verse y ser reconocidos como tales, y por otra, esa invención paradójica del romanticismo que es la especulación inmobiliaria que lejos de la concepción puritana del trabajo permite holgar (la flânerie, el vagabundeo romántico) y al mismo tiempo enriquecerse. Terminadas sus dos triunfales y cortas fases (una primera de 1823 a 1832, una segunda de 1839 a 1847), la ideología del urbanismo racionalizador del Baron Haussmann produce el declinar de los pasajes cuya implosión se atenúa con algunos revivals. Como la Ciudad Argentina, vasto conjunto de viviendas de carácter social en la plaza Victor Hugo construido en su totalidad basándose en estructuras metálicas y vidrieras, en el que se inspirará Le Corbusier en 1922 en su proyecto de inmuebles-chalets. Hoy existen en París 21 pasajes, de los cuales 19, en pleno uso, agrupados en dos zonas, la que se extiende desde el Palais Royal a los bulevares de los Italianos y de Montmartre que fue el barrio de moda durante la Restauración y en el que se encuentran los más opulentos y mejor conservados -Vivienne, Colbert, Vero-Dodat, etcétera- y los que se agrupan en torno de la calle Saint-Denis, más modestos y funcionales. Ahora bien, aunque su estado de conservación sea bastante inferior a los de la ópera, sus pasajes tienen en cambio un elevado índice de frecuentación, debido a razones comerciales y, en el caso del Prado y de Brady, étnicas, por parte de las comunidades hindú y paquistaní. Es decir, que de las tres funciones que han cumplido históricamente -comercio al por menor, lugar de encuentro/paseo público y habitación-, estos pasajes privilegian hoy la primera y en alguna medida la segunda.

La vigencia del modelo de los pasajes en la arquitectura actual es patente en la utilización de las vidrieras como cubierta en los atrios de los museos, hoteles, estaciones, aeropuertos, etcétera, al igual que en los espacios para la comunicación peatonal como la galería vidriada de 130 metros construida por Santiago Calatrava en el Galles Partnership de Toronto, o el corredor en forma de serpiente de vidrio de Nicolas Grimshaw en Waterloo en Londres.

La gran aportación de los pasajes es su voluntad de ser un modelo de vida urbana, ámbitos al servicio del hombre. De aquí su preocupación por la seguridad y por el confort, a salvo de las agresiones de la circulación, de la violencia callejera, del ruido, de las intemperies. De aquí su vocación democrática de territorio no reservado a una minoría, sino concebido para todos. De aquí que su destino no sea separar, sino unir; no clausurar, sino abrir. En estos tiempos de desolación colectiva, en los que el egoísmo y la furia del salvaje urbano vienen a añadir tanta crueldad gratuita a nuestras maltratadas existencias individuales, los valores de armonía y convivencialidad que representa el ecosistema urbano de los pasajes pueden ser una invitación a la felicidad. Que no deberíamos dejar que se perdiera.

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