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Reportaje:CINE DE ORO

Gánsteres y risas

EL PAÍS presenta mañana, sábado, por 8,95 euros, 'Con faldas y a lo loco', de Billy Wilder, con Marilyn Monroe, Jack Lemmon y Tony Curtis

David Trueba

Hace algunos meses, aburridos en un festival de cine, un director italiano y yo nos pasamos la sobremesa inventando la crítica que algún descerebrado con pretensiones escribiría hoy si Billy Wilder estrenara Con faldas y a lo loco. Atacaría su falta de compromiso social, su retrato casi entrañable de la mafia, su juego sexual frívolo, criticaría la ausencia de discurso moral y censuraría el final como ilógico y falto de clímax. Puede que también afeara la cobardía de sus protagonistas masculinos-femeninos y también se irritaría, cómo no, ante la elevación del dinero y el lujo a la categoría de finalidad a la que dedicarle los mejores esfuerzos de la juventud. Si era insuperablemente idiota, puede que también le recriminara un discurso ambiguo contra la prohibición de la bebida y un retrato femenino estereotipado.

Por suerte, Con faldas y a lo loco fue rodada hace los años suficientes como para haber hecho reír a tres o cuatro generaciones de espectadores y los que aún faltan por sucumbir a su delineado matemático y su creación constante de secuencias que encierran en sí mismas tantas líneas de engaño, impostura e inesperada resolución que se convierten en una fiesta de los recursos cinematográficos.

Wilder la rodó en blanco y negro porque le parecía que el color era demasiado realista y perjudicaría la credibilidad del disfraz. También se atrevió a unir gánsteres y risas, algo que el célebre productor Selznick le advirtió que sería rechazado por el público. Rodó una de las secuencias eróticas más atrevidas de la época donde una insuperable Marilyn Monroe trata de curar a un falso impotente Curtis de su mal.

A estas alturas es ya una película mítica donde todo el mundo celebra su final casi improvisado como uno de los más grandes hallazgos.

Cumplió la difícil tarea de domesticar a una víctima del método, Marilyn Monroe, con algún plano de ochenta tomas, pero su interpretación de Sugar logró la más exquisita altura de comedianta y la más rotunda fiesta de curvas femeninas que uno pueda llevarse a los ojos. Sin esfuerzo, la película la dotó hasta de una carrera de cantante, creando una escuela en la que se podía sugerir, y mucho, sacando la voz de bien abajo, de allá donde la sensualidad manda sobre la afinación.

Tony Curtis dio con la solución de su personaje de despistado heredero de la petrolera Shell ofreciéndole a Wilder una imitación irresistible de Cary Grant, actor que nunca rodó ni con Wilder ni con Lubitsch en lo que puede considerarse una de las catástrofes humanas más lloradas. Sin embargo, la fiesta la roba Jack Lemmon, que a partir de aquí bordaría a las órdenes de Wilder sus retratos humanos cargados de resistencia frente a la sumisión, de ambiciones perdidas y de la dignidad del humillado, cuya cima es el C. C. Baxter de El apartamento.

A estas alturas es una de las mejores películas para disfrutar con niños, quizá los mejores espectadores posibles, y les vaticino que antes de que bien pronto sea enterrado el sistema del DVD, ustedes ya tendrán éste gastado de tanto usarlo.

Jack Lemmon (izquierda) y Tony Curtis, en <i>Con faldas y a lo loco.</i>
Jack Lemmon (izquierda) y Tony Curtis, en Con faldas y a lo loco.REUTERS / BETTMANN

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